jueves, 27 de octubre de 2011

De cabeza

Ayer, entre paciente y paciente, me tocó además abusar de mis amigas de otras especialidades para que viesen, previo aviso, a mi hermanísima y a mi sobrinísima.

A mi hermana le pusieron un tratamiento para sus migrañas a base de Botox. Es la segunda vez que la infiltran y ya, desde la primera, quedó convencida de que ponerse esa toxina con fines estéticos roza el masoquismo. Su uso medicinal presenta algunas pegas añadidas. Para empezar, no se puede escoger el lugar donde sería deseable eliminar alguna pequeña arruga, sino que deber inyectarse, sin más remedio, en los puntos gatillos. Esto puede suponer que se termine sin casi poder abrir los párpados y con las cejas más caídas de lo que la vanidad personal desearía. Tanto pinchazo le produce a una complejo de acerico. Nada más cierto que el dicho de que para presumir hay que sufrir, aunque en este caso la elección esté entre la cefalea y la belleza. Para colmo, entre los efectos secundarios, está precisamente la misma jaqueca que se trata de evitar, aunque de forma única y transitoria. Claro que no todo iban a ser desventajas, además de prevenir las migrañas durante 4 meses, también es cierto que la frente termina tan lisa como la de un bebé.

Después de someterse al doloroso tratamiento, le tocó arrastrar de su cuerpo para ir a saludar a mi siguiente amiga. En este caso la paciente era mi sobrina y, la que tuvo que armarse de paciencia para sobrellevar su lamentable estado, fue mi hermana en su papel de madre. La chiquilla en sí no dio ni medio problema aunque tampoco se puede decir que disfrutase de la visita. En la familia, todos tenemos claro que nunca escogerá una profesión relacionada con la Sanidad (la única tarada en ese sentido parece haber sido una menda). Es su asiduidad a los hospitales desde su más tierna infancia la que ha conseguido que, finalmente, les haya perdido el miedo a las batas blancas. Aún recuerdo cuando, a los dos años de edad, hubo que operarla de adenoides. Su hermana pequeña no tenía ni un mes de edad y, la pobre chiquilla, al ver que los adultos eramos inmunes a sus llantos y ruegos, decidió recurrir al bebé en busca de auxilio. Entre penosas llamadas a su hermana, entró al quirófano por primera vez . En la cirugía de amígdalas ya fueron las dos juntas y, cuando hubo que ponerles drenajes en los oídos, también. Debían de encontrarse menos desamparadas de esa manera.

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