lunes, 17 de octubre de 2011

Fitipaldi

Todos los días me toca hacerme 60 km entre ida y vuelta para llegar de casa al hospi y viceversa. En nuestro coche, además de ruidos externos, sólo se escucha el sonido del motor. Claro que, en mi caso concreto, es como no oír nada porque no sé distinguir un ronroneo, que significa que todo está en orden, de las supuestas discordancias que debería reconocer cuando no es así. Si escucho algo raro, lo primero que pienso es que debe venir de los coches de alrededor. Teniendo en cuenta que nuestro automóvil tiene más de 15 años, creer que el culpable es otro puede ser tildado de pecar de optimismo pero, ¿qué ventaja aporta el preocuparse antes de tiempo? Lo llevo religiosamente al mecánico para que lo mantenga y le prolongue la vida de forma casi milagrosa. A veces hablamos de cambiarlo pero, es entonces cuando pierdo el optimismo ya que no creo que, ningún nuevo modelo, vaya a dar tan buenos resultados como el antiguo. Definitivamente, este ha puesto el listón muy alto.

La razón por la que no llevo radio, no deriva por tanto de mi preocupación para detectar mejor los ruidos extraños del motor. Tampoco se debe a que no aprecie la música, aunque bien es cierto que, la que lleva la mayoría de la gente en sus vehículos, dista mucho de figurar en mi lista de preferencias. Ni tampoco es porque el coche sea tan antiguo que no disponga de transistor: lo tiene y además con frontal extraíble.  Es en este punto donde radica el problema. Hay que ser tan delicado en las maniobras de ajuste y retirada de dicho frontal que opté por ahorrarme problemas de pareja dejándolo en casa. Si me apetece algo de música: canto. Voy sola, así que no molesto a nadie (carezco de dotes vocales y mi entonación no se acerca, ni por asomo, a la original). Los de los coches vecinos no saben que no llevo radio y, si por alguna razón se fijan en mí y me ven entregada a mi interpretación, siempre pueden pensar que estoy acompañando la canción de turno de la emisora.

Por el camino voy haciendo buenos propósitos: intentar no soltar borderías, hacer terapia de sonrisas (se supone que simplemente el hecho de sonreír hace que le mejore el humor a una e, incluso alguna vez funciona, aunque no sé si la risa es provocada por un sentimiento de ridículo), tratar de sobrellevar lo mejor posible las pirulas del resto de los conductores, no desesperarme si hay atasco, etc. En fin, lo dicho, la intención la tengo aunque la mayoría de los días termine tirada por la borda tras la sesión clínica de primera hora. Es una lástima que me dure tan poco.

Si estoy en fase creativa, en el coche se me ocurren con frecuencia ideas para las historias. En esos momentos me da mucha rabia no poder tomar notas y estoy deseando entrar en ciudad para pararme en un semáforo. También eso significa que estoy llegando a mi destino que es lo que más agradezco.
Este año no nos hemos llevado el coche de vacaciones. Opino que el pobre también se merece su descanso y, no tener que conducir, es un aliciente sobreañadido al mío. Pese al hábito, sigo sin disfrutar en la carretera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya no sé si soy tan afortunado al vivir a 4 minutos de mi trabajo andando, ¡lo que me estoy perdiendo!