jueves, 13 de octubre de 2011

Pichín, Panocha, Pichón

No suelo encontrarles la gracia a los humoristas de la tele. La razón es que estoy mal acostumbrada desde mi infancia. Nuestra abuela, famosa por su afición a estar rodeada de niños, descubrió que el mantenernos entretenidos montando funciones de creación propia para amenizar las veladas de las vacaciones, conseguía reunir a todos los primos en un lugar secreto y alejado de la casa, para luego darles la sorpresa a los mayores con el espectáculo. Ni que decir tiene que para cada cumpleaños, celebración, fiesta, Navidades (en la que se cobraba el aguinaldo tras ganárselo a base de ensayos) había que preparar una representación.
Uno de los números más famosos correspondía a mi hermano, que siempre ha estado dotado para la comedia, y mis dos primos que le sucedían en edad. Así eran los payasos "Pichín, Panocha y Pichón", uno era el alto (mi hermano que además de ser el mayor también le sacaba una cabeza a los otros), otro el más bajito y, Pichón, al que dejaban para el final, el más gordito. Cantaban y escenificaban una canción que animaba al público y conseguían que, el resto de las obras que seguían a su actuación, fuesen recibidas con buen talante. Eran el plato fuerte de la noche. A partir de ahí mis tíos aguantaban sin inmutarse: coros desafinados, recitales de poesía, espectáculos de baile con sus caídas correspondientes y pequeños entremeses teatrales.

No sólo mi abuela nos encargaba tareas con las que mantenernos entretenidos. Mi abuelo decidió asalariar a mi hermano y sus compinches para que terminasen con las avispas de la granja. Les daba 5 duros por cada 100 insectos y conseguían ahorrar lo suficiente como para irse luego a la Feria, a gastárselo. Aún no tengo claro si día tras día mi abuelo pagaba por los mismos bichos. Las avispas no bastaban para satisfacer sus instintos cazadores por lo que, además, se iban a capturar culebras de agua, tritones, salamandras y cualquier animal, con preferencia por los anfibios y los reptiles, que se les pusiese por delante. Si luego decidían que el mejor sitio donde dejar la culebra de turno era la bañera, era culpa tuya si no habías mirado dentro de ella antes de meterte allí a darte un baño. Tanto fue así, que mi abuelo rescató una vieja tina y la instaló al lado de los columpios para que pudieran depositar allí sus presas, a modo de vivero. Eso incentivó a la pandilla de cazadores para organizar excursiones al lago Titicaca (una charca de riego que fue bautizada con optimismo) donde incluso hicieron sus primeros pinitos en la pesca (con cañas de palo). ¿Quién le iba a decir a mi hermano que ahí se forjaría su futuro?

Hoy es el cumpleaños de "Pichón" (si no me equivoco de payaso). ¡Muchas Felicidades!

2 comentarios:

José Miguel Díaz dijo...

Me acuerdo perfectamente de esa bañera, muy cerquita de los almendros.
Prima Sol, me encantan estos recuerdos tan bien contados .
Viva Pichón¡¡¡¡

Anónimo dijo...

Hola prima Sol, soy Pichón, jeje. Me ha gustado mucho el relato, se asemeja bastante a la realidad, aunque tengo que comunicarte que yo ayudaba a Pacuelo a cazar avispas, pero para mí no era remunerado, cosas de ser pequeño y no necesitar "dineritos" para salir a la "ZONA", antiguo lugar de reunión de la gente joven en Linares. Podria contarte el día que nos mando el abuelo a plantar habas, pero prefiero que la cuelgues en el Blog el día del cumpleaños de Pacuelo, jeje.
Muchos besos y hasta pronto.