lunes, 16 de enero de 2012

Chapeau!

Me encantan los gorros, así que he decidido hacer un post de apología de su uso. En Madrid casi nadie los lleva y no por ello la gente tiene las ideas más frescas. Es más bien todo lo contrario, la solitaria neurona se congela en el helado vacío del espacio cerebral y sus pobres sinapsis se enlentecen. Van tan anestesiados que muchos dejan de pensar por completo y no se les ocurre que un bonito sombrero podría ayudarles a calmar la incomodidad del frío.

Muchos se escudan en la opinión de que los gorros no les quedan bien. ¡Error! El motivo de esta frecuente equivocación es que pretenden que "cualquier" sombrero les favorezca. Esto sólo es posible en la gente que pueda lucir cualquier tipo de peinado. Al igual que uno escoge un estilo para arreglarse el pelo, y por ej. si se tiene una nariz grande no se puede hacer raya al medio o parecerá Cyrano, lo mismo es aplicable a la ciencia del tocado. Los sombreros presentan una ventaja añadida en los que no han sido agraciados con una melena de buena calidad, y que sufren más el frío por esa razón: son un postizo que, bien elegido, además de disimular los claros, suplen el efecto decorativo del cabello.

Una cabeza alargada, al igual que busca volumen en el cabello, debe hacer lo mismo con el gorro y evitar como la peste los clásicos modelos de ski, de punto elástico que se pegan al cráneo, o los alargados chullos andinos. Una boina francesa, ahuecada y algo abollonada especialmente por los lados, un gorro con forma de cilindro aplanado en la parte superior, o uno ruso (ushanka ) de piel o peluche, que no tenga una visera de otro tono en la frente, seguro que encajan bien con sus rasgos. Los cabezones deben huir de los anteriores, y escoger algo fino y simple, sin adornos ni globos, porque no les interesa precisamente realzar sus dimensiones cefálicas. Sólo si uno tiene la suerte de haber sido obsequiado genéticamente con una calota armónica, puede usar preciosos gorritos, de esos pequeños, bien ajustados y con algún detalle, que atraiga la atención hacia su bonita forma. Son muy monos pero presentan el inconveniente de que no cubren demasiado y no protegen las orejas, así que son más un original ornamento que una prenda para resguardarse de la intemperie.

Un requisito imprescindible es la ligereza. A nadie le gusta la pesadez de cabeza por lo que no hay por qué autoinfligírsela. El refrán dice que para presumir hay que sufrir pero, en este caso, es innecesario. Esto incluye también la sensación de opresión. Si aprieta es que es preciso una talla mayor. Eso no significa que se sea cabezón, además una frente amplia dicen que es indicativo de inteligencia, puede estar relacionado con la abundancia del cabello.

El color también es importante. Conviene que haga juego con algún otro complemento, como bufanda o guantes, aunque no tienen que ir emparejados, sólo es necesario que combinen entre ellos o con la prenda de abrigo. En este último caso el estilo también es fundamental. Un abrigo elegante con un pasamontañas, que no favorece a nadie y sólo es apto para bellezones de rasgos perfectos con ojos grandes y llamativos de abundantes y oscuras pestañas, no es un ejemplo de coordinación y da al traste con el efecto del primero.

Por supuesto, la opción del estilo capucha es ideal  en prácticamente todos los casos, con la ventaja de que además afectan menos al peinado que hay debajo. Muchas ya van incorporadas en los abrigos, y si además tienen un reborde de piel, además de abrigar más, enmarcan mejor los rasgos y favorecen a todo el mundo.

Muchos de los que no se atreven a ponerse gorro, pero suspiran por hacerlo, admiran la valentía de los que lo lucen. Mi abuela, a los 7 años, no  contenta con robarles los tacones a sus hermanas, en una fiesta de disfraces en su casa en la que todos los invitados iban cubiertos, sintió tantas ganas de imitarles que, cogió un orinal rosa, afortunadamente limpio, del dormitorio de su madre y se lo colocó, más feliz que una perdiz, en la cabeza. ¡Eso sí que es valor, lástima que fallase el criterio! Un sombrero discreto y bien escogido, lejos de resultar ridículo, aporta glamour al atuendo. En cualquier caso, es fundamental probárselos y verse con ellos antes de decidirse por uno (o varios).

1 comentario:

Sole dijo...

A mi también me gustan los gorros, al menos me gustaban mucho en la cabeza de mi niña...Ella tenía una buena colección de gorros, y todos le quedaban bien.Gorros, diademas, gorras...todos los tocados le quedaban estupendamente. Yo tengo muchos de esos gorros, y añadí uno para mi cuando viajamos a Holanda en febrero y caían chuzos de punta. Besos