domingo, 22 de enero de 2012

¡Felicidades abuela!

¡94 años! (Norman Rockwell)
Hace poco leí que querer a una persona supone valorarla en su totalidad, con su dolor y su gloria. No por idealizarla y no querer ver sus defectos se la aprecia más. No es cuestión de juzgarla sino de aceptar todo el paquete. Mis dos abuelas han aplicado esta máxima de diferente manera y, como queda patente en este blog, yo también la pongo en práctica.

Al ser la primera nieta por ambas partes, mis dos abuelas siempre han tenido una cierta predilección por mí. En el caso de la paterna este hecho siempre ha sido mucho más patente que con la materna. A esta última, pese a su ángel y su dulzura, a los que se asociaba un original sentido de la ironía (que le daba mucha gracia), nunca le dolían prendas para llamarte la atención sobre tus defectos, en especial si ibas mal peinada. Lo de las greñas lo llevaba muy mal.  Mi abuela paterna incluye en su valoración tanto los elementos positivos, aunque la persona en cuestión nunca reciba sus elogios directamente sino que siempre es efusivamente alabada en presencia de otros, como los negativos, de estos, sin embargo, el sujeto recibe amplia información mientras escucha los halagos referidos a los demás. Soy la excepción a la regla. Para ella, tan dada a sacarle pegas a todo y a todos, yo siempre resulto perfecta. Un apoyo así durante mi horrible época "aborrescente" siempre ha sido de agradecer.

Tiene un fuerte carácter, y me estoy quedando corta al afirmarlo. No se puede decir que en la expresión de sus opiniones haya destacado, jamás, por su sutileza. Eso sí, aunque eso la haga más que difícil de llevar, también le da una entereza por la que siempre sale a flote. Las únicas veces que la he visto hundida ha sido en relación a perder su independencia. Pese a que no parezca que le vea la parte positiva a su situación, también es cierto que habría que buscarla con lupa, se termina por adaptar a las circunstancias y recobra todo su carácter (con las ventajas y las pegas que esto implique). Tanto es así que, cuando voy a verla, sus compañeras de residencia siempre me hacen algún comentario al respecto de cuánto la admiran. Destaca en las clases, ya se se trate de descifrar pasatiempos con la finalidad de estimular la atención como de resolver cuentas, lo que no es de extrañar tras los años de estar casada con un matemático. Sus achaques no la dejan postrada en el sillón como a otros y, para evitar que así sea, no escatima esfuerzos durante las clases de gimnasia y en la rehabilitación.

Pese a las diferencias de talante, y en contra de lo esperable, le gustaban más los niños que a mi abuela materna. No sé si también se debía a que tenía muchos menos pululando a su alrededor. De pequeñas nos contaba un montón de historias y, aunque algunas las repetía hasta la saciedad, disfrutaba al narrarlas y nosotras al escucharlas. Mi abuelo, que había oído "sus batallitas" aún más veces que el resto ( por lo que distaban mucho de ser el rasgo que más valoraba de ella), la adoraba incondicionalmente y, pese a la más que peculiar idiosincrasia de ambos, congeniaban perfectamente.

Le encanta leer. Ya sabe que, pese a sus 94 años, tiene que aguantar al menos hasta marzo (le recuerdo este argumento cuando se deprime y dice que ya no pinta nada) para saber qué ocurre con mis libros, de la que es una gran fan. Claro que ya he comentado que soy su favorita y su juicio puede no ser, lo que se diría, totalmente objetivo.

¡MUCHÍSIMAS FELICIDADES ABUELA!

No hay comentarios: