domingo, 29 de enero de 2012

¡Felicidades Cucucá!

Cucucá debe su nombre a mi torpe lengua de trapo a la tierna edad de los dos años. Es una clara muestra de mi predilección por el fonema "k", que también usé para mi primera palabra, "casca", con la que designaba a la luna (al parecer, ya desde entonces, era algo lunática). Mi insistencia y mis esfuerzos para pronunciar su nombre acabó por cambiárselo y rebautizó a la tita con su alias.

El adjetivo que mejor la describe desde su infancia es el de pizpireta. Con su gracia se llevaba de calle a todos los que la miraban. Mi madre cuenta que, viajar con ella en autobús, era todo un espectáculo. Se convertía en el centro de atención de todo el pasaje según hacía su aparición estelar, y eso sin haber cumplido aún su primer año.

Es la segunda hija y fiel muestra de los engaños de la naturaleza a los padres primerizos. La primera, protagonista desde su llegada sin tener que esforzarse en ello, debido tan sólo a su condición de primogénita, era tan buena que sus padres podían disfrutar incluso de las sesiones de cine sin que el bebé les incordiase. Se limitaba a dormir sin rechistar. Con Cucucá comprobaron que los bebés no son esos ángeles dormidos en la cuna que se adaptan a los horarios de los adultos. El primer ensayo de llevarla a una sala de cine fue también el último. En cuanto apagaron las luces, mostró su descontento a base de alaridos que provocaron las airadas protestas del resto del público. Sus progenitores la sacaron hasta que se calmó pero, al regresar a las tinieblas de la sala, la pequeña volvió a chillar como si le fuese la vida en ello. A los sufridos padres no les quedó más remedio que regresar a casa con la niña.


Es el ejemplo de cómo ser vital incluso inmovilizada. Se ha pasado largas temporadas con la espalda envuelta en escayolas en las largas recuperaciones tras las cirugías que intentaban arreglársela. Parte del éxito de las mismas corresponde a tolerar un nivel de dolor con el que cualquier otro estaría doblado pero que, en su caso, es menor que el de los postoperatorios y, por lo tanto, le permite continuar con su inagotable actividad habitual.

Dicen que los gestos se graban en los rostros con el paso del tiempo y estoy de acuerdo con esa idea. En el de Cucucá luce de manera permanente una sonrisa traviesa que, junto con el brillo chispeante de sus ojos negros, indica la efervescencia de la que ha hecho gala durante toda su vida. Es una lástima que no sea ella la encargada de escribir un blog porque, las divertidas anécdotas de su matrimonio, lo convertirían en una serie de éxito en poco tiempo. Cualquier idea disparatada en opinión del resto, era secundada, si no originada, por ella hasta que se llevaba a cabo. Está claro que nunca se pierde nada por intentarlo y, al contrario, si no se intenta, ¿quién sabe lo que podría haber sido? Mis tíos han hecho de esta máxima su filosofía de vida. Su talante conciliador unido a su gracia innata han sacado al Billete de algún apuro en más de una ocasión.

Además de por sus trastadas, que en la edad adulta se denomina, no sin cierto eufemismo, osadía, también recibía castigos por su desesperante falta de apetito, y eso pese a las habilidades culinarias demostradas de la familia. El plato podía durar horas en la mesa sin ser mirado más que por los preocupados ojos de su madre. Le tocó sufrir en sus carnes el mismo tipo de desazón cuando sus hijos siguieron su ejemplo durante su tierna infancia. Los pequeños también se erigieron en dignos herederos de la tendencia a las travesuras de ambos progenitores. Las dificultades de la Cucucá para conseguir que los chiquillos comiesen algo no pudo evitar satisfacer, en cierto modo, a su paciente madre.

Si los cónclaves familiares se celebran con frecuencia en la  cocina, donde los olores de la comida suavizan los conflictos y ayudan a estrechar lazos y alcanzar acuerdos, en el caso de mis primos, se trasladaron al baño. Allí eran convocados varias veces al día por sus progenitores para "hablar" y hacerles reflexionar sobre sus barrabasadas. Supongo que, en su caso, la estancia presentaba la ventaja añadida de poder simultanear la imprescindible limpieza de los restos de las fechorías, lo que contribuía más a la armonía familiar que los aromas de los guisos, que darían lugar a un nuevo cónclave tras la sobremesa.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS CUCUCÁ!

PS: Espero que, además de salud, disfrutéis con apetito de un delicioso pastel elaborado por la mismísima Miss Corn.

6 comentarios:

Carmen dijo...

¡Qué bien lo hemos pasado contigo: recuerdo los cuentos que nos contabas, las risas que nos hemos pasado cuando el tito y tú hacíais mil y una tonterías en la piscina, la gracia con la que llevabas ese aparato de hierro hasta con pañuelito en el cuello y todo; y, por supuesto, esa constante sonrisa. ¡Muchas felicidades tita!

Mariajo dijo...

Muchísimas felicidades tita!!!! Que te felicitemos muchos años más.
Un beso.

Sole dijo...

¡¡Muchas felicidades, tita!! Me gusta mucho esta entrada, porque aparte de ser todo cierto, nos da la oportunidad de felicitarte y recordad otros tiempos...un beso muy grande

Patos dijo...

Felicidades Tita Cucucá!!!!un entrada genial Sol, besos!!!

billete dijo...

Precioso Sol!No has podido describir mejor a la tita Cucucá, nos ha gustado tanto, que la tengo aquí a mi lado con ese brillo en los ojos que tú tambien has reflejado, que incluso he necesitado un pañuelo para limpiarselos.
Hoy nos hemos reunido todos juntos para despedir a esa parejita tan encantadora que se nos marcha a Brasil y es fantastico estas reuniones familiares que tan pocas veces podemos disfrutar por el dichoso tiempo.debemos hacerlo con mas frecuencia cuando sea y donde sea.
muchos besos Sol y gracias por estas entradas que leo con tanto interes.

Anónimo dijo...

Muchas felicidades Cucucá.

Como se dice por aquí, la autora de la entrada ha estado “sembrá”.

Yo que he tenido la gran suerte de conocerte de pequeña, siempre que me quejo por algún achaque recuerdo como has sabido afrontar las dificultades y como si se tratase de un analgésico, se me olvida al instante.

Te admiro por tu espíritu de lucha, por tu capacidad de superación, por tu forma de gozar de la vida y sobre todo, por tu inmensa alegría y tu natural gracia que hace que a tu alrededor todos nos sintamos bien.

Hace muchos años cerraba las emisiones de televisión un cura con un programa que se llamaba “el alma se serena” y siempre se despedía con las mismas palabras “ser felices para hacer felices a los demás” pues bien tu irradias tanta alegría que podrías hacer feliz a un regimiento.

Un beso muy grande guapetona y que cumplas mucho.

Pepe.