miércoles, 22 de febrero de 2012

Creatividad

Julieta Aytas
La propia escritura arrastra al escritor. Según se entretejen palabras con ideas, al enlazar las frases entre sí, estas parecen ramificarse e incorporar en el proceso nuevos argumentos a la trama, que se alimenta a sí misma. El autor se convierte así en un mero instrumento, encargado de transcribir una historia que, en principio creía de su cosecha y, que enseguida descubre, es de los personajes. Si se esfuerza en encauzarlo para adaptarlo a su plan original, el resultado final acabará por parecer forzado y poco creíble.

Convivir con los protagonistas durante el proceso de creación-transcripción es una tarea absorbente. Su protagonismo traspasa las fronteras de la imaginación y se convierten en una compañía constante. Están presentes en cualquier momento, desde el instante de amanecer. Al despertarse en mitad de la noche aprovechan para hacer su aparición estelar y resulta imposible volver a conciliar el sueño. En ese caso, lo mejor es aprovechar esas horas de silencio y tranquilidad externas para escribir como una posesa. Adquieren una dimensión real aunque sea una forma de existencia distinta. Están a caballo entre la imaginación y la realidad y eso les confiere una intensidad que envuelve de un aura de extrañeza las rutinas habituales. Cambia la perspectiva ordinaria, como si se viese desde el punto de vista de los personajes, que viven en un entorno diferente. El escritor convive con ellos en su mundo, al tiempo que mantiene el contacto con el suyo, como si se encontrase en la zona de intersección entre ambos.

No se pierde del todo el norte, pero uno se siente impelido a escribir. Este acto se convierte en una necesidad, si no lo hace, le falta algo. Las interrupciones le alteran y llegan a resultar traumáticas. El tener a sus protagonistas a su alrededor provoca una sensación de felicidad comparable a la de estar con alguien muy querido y añorado. Se convierten en seres entrañables y, una vez terminado todo el proceso creativo, pasarán a formar parte de su persona.

7 comentarios:

Carmen dijo...

¡Qué ilustración más preciosa! No puedo ponerme en tú lugar porque yo lo único que sé narrar de verdad es la realidad (aunque también tengo que decir que a veces con la realidad es más que suficiente). Si además de "mi realidad" tuviera que crear un mundo imaginario, ¡estaría mucho peor que ahora! ¡Dios ha sido sabio y no me lo ha permitido!, lo deja para las personas racionales como tú.
Besotes

Javier Comas dijo...

Como artísta, pienso que, gracias al arte no soy más "raro". Sobrevivo a una normalidad bella a través de objetos que me dan órdenes. ¿esqizofrenia creativa? Ni lo sé ni me importa. Por ejemplo, nunca elijo las radiografías para crear una obra. Son ellas las que me dicen. ¡Eh, tu, mírame! soy un árbol. Soy un planeta. Soy una copa, soy una onda marina... soy, soy, soy... Así me convierto en esclavo de ellas y a cualquier hora de mi vida me obligan a que las altere, pinte y las convirta en algo bello que ya ha dejado de ser útil. (Muchas de esas placas radiográficas no se pueden diagnosticar por defecto de forma, o por que su dueño ha sanado y ya han cumplido du función). Tus personajes van creando su propio destino, Tu, como una madre mitológica les das pie a que acierten o se equivoquen, y poco a poco van alzando el vuelo. Mis placas una vez terminadas, me piden un compañero, o me exigen un lugar protagonista en la sala de exposición, a veces se revelan a que las enmarque y quieren ir a sangre, que ningún adorno exterior empañe su vanidad. Y gracias a esta relación, entre el autor y su obra, en la más absoluta soledad, la vida te "destrastorna" y te hace ver que no estás solo, que hay un alma caritativa y con paciencia que te acoge, te cuida y te apoya, en mi caso esa alma se llama Fran. (Siento el comentario tan largo. Acabo de sali de noche y ha sido espantosa) Me voy a dormir. Gracias por cederme este espacio para estas torpes palabras. Un abrazo

Anónimo dijo...

¿Torpes palabras? bienvenida seas torpeza.

Francisco Marcos Marín dijo...

No estoy tan seguro. Da la impresión, a mi juicio peligrosa, de que uno está sin hacer nada y de pronto le llega la inspiración y se pone a escribir como un poseso. Puede que sea una visión romántica, la visita de la Musa y todo eso; pero me parece que lo que se esconde detrás es otra cosa. Se trabaja durante un montón de tiempo, leyendo, viendo, pensando, algunos acumulan notas, otros se ponen tibios de poner atajos a referencias o archivos y los van metiendo en una carpeta del ordenador, para luego no pasarse dos días dando vueltas a "¿dónde guardé esa nota de las narices?". (Inútil, la nota de las narices siempre está en otro sitio). Supongo que llega un momento en que el cerebro recibe el estímulo necesario para poner en marcha la enzima escriturística y, los que escribimos así, que no somos todos, empezamos a escribir. Muchos profesionales, no se olvide, se sientan de las ocho de la mañana a las dos de la tarde y escriben pulcramente. El resto del día pueden tomar notas o, simplemente, hacer otra cosa. Cela, por ejemplo, era así. El buen arte es una construcción de símbolos, establece una relación entre el objeto que está ahí (real o imaginario) y el signo que lo representa. Cuando el arte es bueno, esa relación es verdadera. En la escritura científica esa relación de verdad entre signo y referido es todavía más fuerte, porque hay un componente empírico, que varía según la ciencia.

Francisco Marcos Marín dijo...

Por cierto, Grumpy, me parece que en su blog uno escribe de lo que quiere. Te recuerdo el viejo cuento indio del padre y el hijo que llevan el burro a la feria, vayan como vayan en el burro, sin montar, los dos montados, o cualquiera de los dos, siempre a alguien le va a parecer mal.

Anónimo dijo...

Decía Delibes que su vida había sido la de sus personajes hechos y vividos por el, "nunca he sido tan yo como mis personajes". Me alegra que tú vivas esa misma experiencia, aún a riesgo de locura. Disfrútala! de Elvira

Javier Comas dijo...

Por supuesto nada es casual, todo trabajo e inspiración viene de una causa. Y la causa de una obra de arte viene del trabajo acumulado, como bien dice F. A.M-M. Pero ese trabajo no se resuelve hasta que ¡Clic! llega la musa.