sábado, 3 de marzo de 2012

La señora baronesa

La señora baronesa solía quejarse de que no dormía. Es por eso por lo que se acostaba siempre bien pasada la medianoche y, si se juntaba con las otras insomnes de la familia, la cosa podía prolongarse entre rosarios y conversaciones hasta las 3 ó las 4 de la mañana. Las malas noches derivaban en que, por las mañanas, no amaneciese hasta pasadas las 12 (o la 1). La tita Mercedes se ocupaba de poner todo en funcionamiento desde primera hora, aunque siempre en silencio para no molestar su descanso. Una vez la baronesa estaba vestida y arreglada, la casa debía estar a tono con ella. Por eso la tita se afanaba desde primera hora en dejarlo todo como la patena y en pillar, para hacerle entrega de la escoba y la fregona, a cualquier incauto que se pusiese a tiro. Huir a un rincón apartado con el libro no siempre conseguía ponerla a una a salvo de las tareas domésticas.Cuando el sol alcanzaba su cénit, la tita le llevaba a su desvelada prima una bandeja con el desayuno a la cama. A partir de ahí, daba comienzo su día.

El resto de la familia orbitaba alrededor del inmenso magnetismo de la abuela. Era cariñosa aunque no demostrativa (Posti ha heredado ese rasgo). Mi madre y mis tías, para darle un abrazo, la agarraban hasta inmovilizarla y se lanzaban sobre ella, todas a la vez, para cubrirla de besos (al igual que hace Titón con su hermano). Supongo que esa manera filial de mostrar afecto influía en que no disfrutase demasiado al recibirlo. Con su ángel conquistaba a todo el mundo y, el primero de la familia en caer bajo el hechizo de su sonrisa, y dar inicio a la estirpe, fue mi abuelo. Tremendamente generosa y bien dispuesta, siempre echaba una mano al que se lo pidiese o lo necesitase. Con su gracia, irónica y sin malicia, salvaba cualquier situación con humor y risas.

Durante la época de la granja, la baronesa reinaba en su cocina y los demás súbditos rendíamos pleitesía a sus guisos. La recuerdo mientras amasaba, sobre la gran mesa del salón, el hojaldre para el pastelón.  Luego lo extendía y lo rellenaba con los filamentos de cidra, el chocolate negro rallado y las almendras, que el abuelo recogía del árbol y pelaba con esmero, para que ella las tostase al horno y las moliese muy finas antes de ponerlas en aquel postre que llenaba de dulces aromas toda la casa. El pastelón hacía su aparición tras la comida acompañado de una copita de risol.

También había tardes en las que tocaba preparar chorizos. La abuela y la tita adobaban la carne para convertirla en chicharrilla que nos salteaba en bocadillos y tortillas para la cena. Tras meterla en las tripas, nos ponía a los primos a atar y pinchar los chorizos, que colgaba en la despensa a que se curasen. Fue un milagro que los agentes de aduanas canadienses no disfrutasen de esa delicatessen cuando viajó a ese país a conocer a su primera nieta. No podía pasar sin llevarle a su hija, en pleno puerperio, unas cuantas ristras de su exquisito chorizo casero. La entrada de cerdo ibérico a Norteamérica no estaba permitida por aquel entonces por lo que, la feliz abuela, envolvió muy bien su producto y lo introdujo de contrabando cosido en el interior del forro de su abrigo.

Convertía los garbanzos del cocido en morococo y hacía con las sobras crujientes y ligeras croquetas de patata y pollo. Añadía especias a la sopa de manera que, incluso Mafalda, se habría relamido con el caldo. Sus albóndigas y su tortilla de patatas gozaban de fama universal y, los mayores, hacían valer los derechos adquiridos con la edad para servirse los últimos trozos, de aperitivo decían.  Claro que, el que la hora de la comida coincidiese con la película del mediodía, una vez pasado el telediario y el tiempo, hacían del "aperitivo" una parte imprescindible del menú. La espera merecía la pena y era algo natural, dada la hora a la que daban comienzo los días en la granja.

Su sonrisa es inolvidable. Su recuerdo y su legado son parte del eje, alrededor del cual, sigue girando la familia. A nadie le extraña que la mayoría de nuestras reuniones ocurran alrededor de una bien surtida mesa.  Antes de marcharse, durmió tranquila durante 5 días en los que no le faltó nunca compañía.

6 comentarios:

Carmen dijo...

Querida hermana:
No quería que pensaras que no había leido tu post pero la verdad es que es tan completo y da una visión tan clara de la abuela, que no tengo nada más que añadir. Hemos tenido mucha surte y la hemos querido mucho.

José Miguel Díaz dijo...

Muy bonito mi admirada Grumpy. Como dije en la entrada de Mercedes, fue una gran suerte compartir nuestra vida con ella, pero compartirla con el dúo inseparable: Petrola y Mercedes es ( con perdón de la expresión) ¡¡la leche!!
La abuela siempre fue y será como el fuego del hogar, todos nos juntábamos a su alrededor y nos sentíamos seguros y confortados. No era muy habladora pero lo suplía con su forma de ser que ha dado un ejemplo intachable, eso sí, cuando hablaba solía soltar un: ¡¡¡Nene a ver si te afeitas¡¡¡ o ¡¡¡Chiquilla, que pelos más "desgraciaos" tienes¡¡¡ que hacían brotar las risas de los presentes por la gracia que tenía al decirlo.
Como me gustaba decirle, utilizando el juego de palabras al que se prestaba su apellido: Te quiero y te echo de menos A-Morcillo.

Anónimo dijo...

Muy gracioso, muy bonito, muy emotivo.
Estamos en su lectura, mientras comentamos, tu madre, tu prima Sol y los firmantes.
Hemos empezado con una sonrisa, nos hemos reído, hemos añorado y hemos terminado con un nudo en la gargantea pero felices porque, como decía Wordsworth, la belleza siempre perdura en el recuerdo.
Bssssss de Y&G

Anónimo dijo...

Cuantos recuerdos de la 'señora baronesa'...Todos recordamos las comidas en la granja, sobre todo la gran fiesta que se montaba en el santo del abuelo; San Andrés era un santo importante...
Yo tengo muchos recuerdos de la abuela; desde los 3 años hasta los 17 vivimos puerta con puerta, y no puedo olvidar cuando nació mi hermana pequeña, y entre tanta hermana mayor era un juguete para nosotras...El problema es que el juguete en cuestión pesó 6 kilos al nacer, y se acostumbró a los brazos, y dormir a un bebe de un mes de menos de 7 kilos pase, pero con 3 meses pesaban unos 9 kilos, y no había manera de dormirla si no era en brazos. La abuela encontró la solución; la dormía en brazos, pero sentada en su sillón y apoyada en su amplia delantera (la niña metía una mano en el escote) y con un 'sutil meneillo' (se movía el sillón entero, doy fé) conseguía que durmiera...Conociendo a la abuela comprenderéis que la primera palabra que mi hermana pequeña aprendió fue 'japuta', después de escuchar muchas veces "y no se duerme, la ...."
Es una anécdota que muchos conocéis, pero me ha gustado recordarla.
Un beso, abuela. Sole

Anónimo dijo...

Cuanto me acuerdo de ti Abueli!!!!! Al igual que con mi Lucero también tuve la grandísima suerte de pasar el día a día en tu compañía y fue algo maravilloso. Miles de pequeñas historietas que todos los días nos sacaban una gran sonrisa. Petrola y Mercedes,Mercedes y Petrola que duo tan mágico y maravilloso. Hoy hace ya 2 años que te fuiste (y cuanto te sigo echando de menos) pero me dejaste llena de recuerdos asombrosos que siempre perdurarán en mi memoria.

Gracias mi Abueli!!!!!

LALU

Anónimo dijo...

Queridos primos y querida Grumpy!!

Ya aunque no lea el correo estoy siempre pensando en las entradas del blog (ya familiar.
Me ha encantado y emocinado tanto lo que cuentas, que como bien dice Carmen, da un visión muy precisa de la abuela. Es muy emotivo ver todo lo que cuentas y vais añadiendo todos. Yo no tengo tanto don de palabra pero también quería que supieras que me ha gustado mucho tanto la entrada de la abueli como la de Lucero. Un beso muy fuerte a todos.
Abueli, muchos besos!
pal