jueves, 31 de mayo de 2012

En la guardería


"Separation Anxiety "  George Hughes 
Saturday Evening Post Cover September 11 1948.
 
A la hora de empezar mi escolarización, dados mis orígenes canadienses, era lógico que mis padres buscasen una guardería bilingüe. El lugar escogido fue el Yale School. El primer curso fui allí sola e hice de aquello un pequeño territorio propio. Para mi desgracia, al año siguiente, ese terreno fue invadido por hermanísima. Recuerdo las mañanas en las que, aquella lapa, lejos de comportarse como una niña mayor digna de ir al cole conmigo, se enganchaba con brazos, piernas y dientes a Bibi, nuestra cariñosa niñera a la que adorábamos. Yo presenciaba aquel bochornoso espectáculo y miraba consternada la cara del conductor de la ruta que, habituado a ese tipo de escenas, esperaba pacientemente el desenlace de aquel berrinche en el que, por lo general, la chiquilla acababa, muy a su pesar, subida en el autocar. A partir de ahí, las faldas de Bibi se cambiaban por las mías y resultaba imposible separarla de mí. ¡No sólo había invadido mi cole sino que, para colmo, me tocaba cargar con la dichosa cría! Con mi independencia, me llevaban los demonios. Aún así no debía de protestar mucho porque, cuando la criaturita se ponía pesada, el profesor de turno la llevase a mi clase "de mayores" para que se quedase tranquila a mi lado. Por supuesto, gracias a ese método se pasó más tiempo en mi aula que en la suya.

Una de las cosas que más me intrigaba de mi "cole" era el muñeco musical que colgaba por fuera de la entrada principal. No era más que uno de esos de los que hay que tirar del hilo que cuelga de su base para que suene. El muñeco, de un brillante color rojo, habitualmente no se veía porque la puerta solía estar abierta cuando llegábamos. El día que lo descubrí, la puerta estaba cerrada. La razón es que no llegué al cole hasta bien avanzada la mañana. Recuerdo que la hora eran las 11, no sé por qué lo sé pero es uno de esos datos que se graban en la mente simplemente porque resultan chocantes en su momento. Antes habíamos pasado por el pediatra para una revisión rutinaria, supongo que me tocaría alguna vacuna. No sé cual pero sí que estoy segura que no fue la de la viruela porque no tengo este episodio asociado a ningún trauma. En vez del sufrido conductor del autobús escolar, ese día me acompañó Bibi. Poco habituada a ese recorrido, la mujer se perdió por el camino. Le preguntó a una niña, que vestía un baby rosa y estaba jugando en el patio de otro colegio cuya valla daba a la calle, si sabía cómo ir al Yale School. La chiquilla se llamaba Cristina, era más o menos de mi edad, es decir que no apenas había cumplido los 3 años y, lógicamente, no pudo darnos ni media indicación. Llegar, llegamos, pero fui yo la que reconoció el edificio: un chalet de color claro con una escalinata delante de la puerta de la que colgaba el precioso juguete. Me hubiese gustado quedarme un rato a disfrutar de mi hallazgo, pero no tardaron en abrirnos la puerta y, tristemente, no me quedó más remedio que despedirme de aquella maravilla.

El primer año, en las clases de manualidades, que nos impartían en inglés, hacíamos pintura de dedos. En el centro de cada mesa, la profesora repartía pequeños montones de pintura, por supuesto lavable, de brillantes colores con los que debíamos pringarnos a conciencia la punta de los dedos para a continuación dejarlos marcados en el papel. Eso de mancharse con permiso me parecía una de las cosas más divertidas del mundo. Es una lástima que más adelante se pusieran serios y  nos dieran el cambiazo por una serie de fichas con dibujos que debíamos colorear, con aburridos lápices, sin salirnos de los bordes. No estaba del todo mal pero, al compararlo con lo anterior, resultaba indudable que era infinitamente mejor eso de mancharse las manos, decorarse la cara y embadurnarse el babi (además de pintar el cuadro, verdaderas obras de arte abstracto) con las pinturas cremosas.

"Ten Little Indians" Joey Chou
La labor docente no se limitaba a desarrollar nuestras habilidades plásticas. También nos enseñaban el vocabulario inglés con juegos de palabras y de cartas (supongo que este tipo de enseñanza debe de derivar de las tradicionales partidas de bridge). En el caso de los números aprendíamos canciones en las que contábamos hasta 10 "little indians". Supongo que para ambientarlas y ponerlas en práctica, había un kipi, chulísimo, montado en el patio.

Otro de los grandes eventos de la guardería tenía lugar al acercarse las Navidades. Recibíamos entonces la anhelada visita de Papá Noel. Nos sentábamos en su regazo y le contábamos lo que quería que nos dejase debajo del árbol. Salíamos de allí con unos caramelos y le aturullábamos tanto que luego se olvidaba de visitarnos. Creo que parte de la culpa era de hermanísima, que pese a su afición a mi falda, y a la de Bibi, se negaba sistemáticamente a subirse a los faldones de Santa Klaus. Sin embargo sí que se dejaba fotografiar al lado de un muñeco gigante del mismo, especialmente diseñado para niños miedosos. Claro que el muñeco no se enteraba de lo que debía traernos.

Al año siguiente los profesores debieron echarme terriblemente de menos al tocarles lidiar a solas con hermanísima.

1 comentario:

Carmen dijo...

Yo sólo me acuerdo de la angustia que me provocaba ir a ese sitio. Lo demás seguro que te lo has inventado, je, je, je.