martes, 15 de mayo de 2012

La tiranía de las hormonas

Es difícil no caer esclavizado por el influjo de las propias hormonas. Estas se encargan de dirigir la vida de las mujeres desde finales de su infancia. Primero provocan cambios en el cuerpo que motivan incomodidades. No sólo hay que hacerse con nuevas prendas íntimas sino que también, de repente, una se encuentra escuchando conversaciones de temas tabúes hasta ese momento, y lo que es peor, su contenido pretende ser "aclaratorio", para que comprenda lo que conlleva la brusca transición de niña a mujer. Si hubiese podido, me habría gustado meterme debajo de una piedra, encerrarme en un capullo a modo de crisálida y no haber asomado la nariz de nuevo al mundo hasta que no haber completado la transformación en mariposa (o en polilla, que pocos tienen la suerte de que la naturaleza les decore en condiciones para lo que, afortunadamente, existen las pinturas cosméticas).

Resulta casi imposible pasar desapercibida en esa fase. Para empezar se pega un estirón que dificulta la gracia de los movimientos de esos alargados miembros. Una se encoge para tratar de disimular la nueva talla, no sólo de estatura, y consigue parecer la hija desgarbada del jorobado de Notre-Dame. Su postura llamará la atención de su verdadera familia que le recordará continuamente que se enderece. Ante su insistencia, procurará alcanzar un punto intermedio, correspondiente a los primeros estadios de la evolución del homo erectus, que seguirá siendo claramente insuficiente en opinión de los que le rodean.

La piel se rompe y se llena de granos que para llamar más la atención sobre su presencia, enrojecen y se inflaman. Una trata de ocultarlos detrás de una cortina de pelo que será un nuevo motivo de crítica por parte de sus allegados. La cantinela pasará a ser: "¡No te encorves y quítate el pelo de la cara!" Esto contribuye a la sensación de incomprensión en la que la reticente protagonista se ve inmersa en esta etapa. Además de asumir su pubertad tiene que hacerlo según las instrucciones que le dictan. Por supuesto su nuevo estado será discutido con orgullo y sin miramientos a la intimidad ante cualquier visita. Una se sume en el más vergonzoso de los bochornos mientras sus familiares la exhiben de forma casi impúdica. En algunas ocasiones, se desearía llevar puesto un burka. El estilo momia, con vendajes para disimular nuevos atributos, también habría gozado de mi aceptación por aquel entonces. ¿Sujetadores para realzar? ¡Qué horror!

Paula Romani
Las hormonas lo complican aún más. No sólo por las fluctuaciones de humor, que es otro de los factores recriminados. Aunque una haya sido una huraña toda su vida se pretende que se convierta en un ser sociable de golpe. Una niña puede ir a la suya pero, una jovencita debe ser un modelo de todas las normas de cortesía en cualquier momento. El nuevo cuerpo requiere además nutrición y descanso. Decir que una se comería una vaca es quedarse corta, en realidad se tomaría el rebaño entero, bien acompañado de pan, magdalenas, galletas y chocolate. Al terminar con la comida, uniría la merienda y la cena, sin pausa en el ínterin. Para digerirlo, luego haría como las boas y desaparecería de la faz de la tierra para dormir doce horas si le dejasen (lo que no suele ocurrir).

Al dejar atrás la adolescencia, esa fase se revive concentrada en un par de días que se conocen comúnmente como "tensión premenstrual". Para mejorarlo aún más la cabeza se espesa y duele, la tripa se hincha y su interior se retuerce sin compasión, la nevera se impregna de un magnetismo irresistible y una piensa seriamente en atracar una pastelería porque la tarjeta de crédito ha caído víctima del impulso irrefrenable de consolar las frustraciones comprando.

1 comentario:

El tito Paco dijo...

A eso hay que añadir que la hormona predomina sobre la neurona en todo momento.