viernes, 31 de agosto de 2012

Soufflé sorpresa

Recuerdo este postre de la visita con mi padre a Salzburgo. Mi padre había sido invitado a dar unas conferencias a la Universidad y la invitación incluía una cena social con los profesores del Departamento. Supongo que como es tan sociable como yo, en realidad en este tipo de cosas lo es bastante más que yo, decidió que si me llevaba de apoyo se sentiría más arropado, así que en aquel circuito alemán, además de ver piedras, muchas, muchísimas iglesias y sus respectivos órganos, también establecí contacto, pasajero, con los profesores alemanes de las diversas universidades que recorrimos. Durante los dos días que pasamos en la ciudad de Mozart nos llovió tanto que, salvo el castillo, la casa del compositor y los paraguas, apenas pudimos ver el resto de las piedras de rigor. En nuestros amagos de salida para disfrutar de sus calles y monumentos, una cortina de agua nos nublaba la visión e inundaba nuestros zapatos, y lo de hacer turismo cultural en esas condiciones nos resultaba un poco incómodo.

El restaurante escogido para aquella cena estaba a las afueras de la ciudad y, para evitar que nos perdiésemos en alguna encrucijada del camino, nos recogió uno de los anfitriones del evento. Supongo que en medio de tanto Mercedes les debía chocar vernos aparecer en nuestro sufrido, e incansable, 1430, y no creo que se fiasen demasiado de su capacidad de conducirnos con éxito a buen puerto (y no deseaban arriesgarse a que el ilustre conferenciante se quedase tirado en medio del aguacero, y que se llevase una mala impresión de la visita). Los pobres desconocían los méritos demostrados por aquel fiel vehículo. Según íbamos para allá, nuestro anfitrión nos contaba anécdotas del rodaje en esos parajes de  "The Sound of Music". Lo decía como si aquella película fuese universalmente conocida, cosa que, efectivamente, es así. El problema es que, por aquel entonces, sólo conocía su nombre español: "Sonrisas y Lágrimas", y desconocía el título original, por lo que, hasta que no nos habló de la casa de los von Trapp (un decorado de cartón piedra que aún sigue en pie para atracción turística), no asocié el  inglés original con el doblaje de la traducción. Aquella pista me supuso un gran alivio porque mis dotes interpretativas son muy limitadas y actuar como si supiese de qué me hablaba sin tener ni idea, mientras me estrujaba el cerebro para descubrirlo, estaba claramente fuera de mis aptitudes para el séptimo arte.

El restaurante estaba muy bien, elegante y con un servicio muy atento. No recuerdo el resto de los platos que tomamos pero sí el Soufflé que pedimos de postre. Me llamó la atención porque, entre otras cosas, tardaban 20 min en prepararlo y, cuando lo sirvieron, el dorado pastel venía inflado, caliente y todavía humeante en su fuente de horno, recién sacado de él. Antes de cortarlo, lo flambearon. Aún recuerdo su textura, ¡tan ligera que se desvanecía en la boca con un toque final de licor! Me encantó. Sin embargo, en los restaurantes españoles, a lo que llaman Soufflé con frecuencia no es más que un bizcocho de chocolate caliente, y sin cocer por completo en su centro, que conserva el regusto a harina cruda de la masa y que, tras el recuerdo de aquel, me decepciona una vez tras otra. A la mayoría de la gente le gusta, pero supongo que eso se debe a que no tienen la misma referencia que yo.

Aquí dejo una receta inspirado en aquel Soufflé austriaco:

SOUFFLÉ SORPRESA

Ingredientes (6 personas)
100 gr de bizcocho para forrar la fuente (en la versión rápida se pueden emplear bizcochos de soletilla comprados en una buena pastelería)
500 gr de helado (del sabor favorito de cada uno: indiscutiblemente chocolate negrísimo en mi caso, para hacer un bonito contraste, tipo montaña nevada, con el merengue, yogur si se quisiera todo blanco, que también tiene su encanto, y turrón durante la época navideña ¿qué mejor remate para una celebración?)
6 claras de huevo
200 gr de azúcar blanco
Almíbar ligero hecho con100 ml de agua y 100 gr de azúcar.
Ron, u otro licor, tipo Amaretto (mi preferido) o un vino dulce (Moscatel, Vinsanto), para calar el bizcocho
Azúcar glas

Elaboración
Colocar el bizcocho en el fondo de una fuente y remojar con la mezcla de almíbar y ron.
Poner encima el helado, bien frío.
Montar las claras a punto de nieve, cuando estén duras, incorporarles el azúcar (lo ideal es añadirlo en forma de almíbar para que el merengue no se baje ni suelte líquido en la cocción).
Se lustra la superficie con azúcar glas y se mete a dorar unos 5 min en el horno para que el azúcar caramelice y el helado siga frío.
Servir recién sacado del horno (protegerse bien para evitar quemaduras y accidentes).
Para mayor impacto se puede regar con licor y  flambear. Debe hacerse con mucho cuidado, en un carrito o una mesita auxiliar alejada de materiales inflamables y con algún tipo de tapadera a mano que sirva para detener el incendio, si fuese necesario. Este paso conviene realizarlo delante del resto de los comensales que disfrutarán, sin duda, del espectáculo. Las exclamaciones de asombro están garantizadas (esperemos que sólo sean las de asombro y no las de alarma acompañadas de gritos de ¡Fuego!).

Para el que disponga de tiempo y decida hacerlo con un bizcocho casero
Ingredientes
5 huevos
125 gr azúcar
125 gr harina
10 gr impulsor o levadura Royal
Mantequilla para el molde

Elaboración del bizcocho
Mezclar los huevos, el azúcar y el impulsor. Batir con las varillas sobre un cazo de agua hirviendo, sin tocar el líquido, hasta que los huevos hayan blanqueado y la mezcla esté esponjosa. A continuación incorporar la harina, muy poco a poco, preferiblemente tamizada, con la ayuda de una espátula.
Verter en un molde de silicona antiadherente o bien engrasado con mantequilla y espolvoreado con harina para evitar que se pegue.
Precalentar el horno a 200º y cocer durante 15 minutos.

2 comentarios:

Manolo Torres dijo...

Cuentas tus historias de una forma que encandila. Personalmente, la receta es lo de menos, pero la narración me ha encantado. Saludos, manolo.

Sol Elarien dijo...

Tienes razón, la receta es la excusa. Gracias por lo del "encandilar", me encanta esa palabra, es de las que posee magia propia.