viernes, 28 de septiembre de 2012

Retratos del S. XX en la Fundación Mapfre

"Dédie"- Modigliani
Es dura la vuelta de vacaciones. El arte me reconcilia con el mundo por lo que he aprovechado que aún no tenía que trabajar para ir a visitar la exposición de Retratos-Obras Maestras del Centro Pompidou de la Fundación Mapfre. Llovía a mares al salir de casa. De camino para allá los cielos se han abierto y han derramado una verdadera cascada de agua sobre los que nos encontrábamos en las calles. Supongo que pocos estaban a la intemperie por gusto, pero la voluntad de ver los cuadros, mi gabardina, mi pequeño paraguas y las estupendas botas, compradas en un aguacero en A Coruña hace un par de años, que han superado con matrícula la prueba del agua, han bastado para que disfrutase del paseo a pesar de las adversidades meteorológicas.

La gran ventaja de este clima es que no he tenido que esperar ninguna cola al llegar y la sala estaba casi vacía. No todos están dispuestos a enfrentarse a los elementos por unos cuadros. En los colegios, los críos estaban calentitos y secos en sus aulas, sin excursiones escolares. Esto me ha permitido detenerme en cada pintura con tranquilidad, sin nadie alrededor que me atosigase. En esta ocasión he cogido la Audioguía, que me ha resultado instructiva e interesante, además de útil porque no había mucha información en las paredes.

"Rousseau"- Robert Delaugny
La exposición es amplia pero la visita transcurre en un suspiro. Cuenta con 80 obras de arte, distribuidas entre dos plantas, y repartidas en 5 secciones según su estilo y cronología.  Comienza con una serie de retratos de figuras relevantes del París de principios del S. XX. En esa época, la influencia del psicoanálisis afecta también a la pintura que busca transmitir a través de la expresión y la fisonomía del rostro el mundo interior del retratado, la cara oculta del alma humana. En palabras de Portalis: "Estamos hechos de mil otros. La ilusión es el yo que pretende ser uno". Entre las obras de la primera sala destacar el 'Portrait du Douanier Rousseau' de Robert Delaugnay. El rostro de Henri Rousseau (pintor naif de finales del XIX-XX) transmite su cálida humanidad y en sus ojos se refleja el cariño que unía al pintor con el modelo.

En la segunda sala la ruptura con el mimetismo se lleva más allá y la forma exterior del cuerpo se transforma por el cubismo. Picasso diseca su retrato de mujer como si de una lección de anatomía se tratase para descomponerla en figuras geométricas que convierten el retrato en algo genérico, sin identidad específica. Un poco más adelante, hay una escultura de Brancussi: una cabeza de mujer recostada de líneas escuetas y muy simples, casi como una máscara: dos arcos para la nariz y las cejas, un par de hendiduras para los ojos y otra para la boca. Al ser catalogado como cubista, Brancussi se definió como realista. Según su opinión: "Lo que es real es la idea. Es imposible que nadie exprese nada esencial imitando su superficie exterior."
Matisse "Odalisque"

Brancussi comparte espacio con una odalisca de Matisse: un torso recostado de mujer de piel nacarada que contrasta con el rojo de sus ropajes y de la alfombra, rodeada por cortinajes con motivos árabes al estilo de la Alhambra y de las Mil una noches. No es un retrato ya que Matisse afirmó: "Yo no pinto un retrato, pinto un cuadro. Una obra de arte debe ser armoniosa en su totalidad. Un detalle superfluo debe ser sustituido por uno esencial."

Uno de mis cuadros favoritos se encuentra en la tercera sala, el retrato de Dédie de Modigliani. Me encanta su sencillez, la suave manera de entrecruzar las manos, la dulce expresión con la que mira, la boca que parece ir a esbozar una sonrisa, el modo de inclinar la ovalada cabeza hacia un lado, como si le prestase atención al espectador, lo que le confiere una cualidad de cercanía y ternura. Pese, o quizás debido, a ser el cuadro que posee los colores y el gesto menos agresivos de toda la habitación, es el que me ha dejado mayor huella.

"Autorretrato" Gino Severini
Una de las secciones está dedicada al Autorretrato, aunque también hay ejemplos de estos en el resto de las salas. Vincent van Gogh en una carta a su hermano, aludió a la complejidad de la práctica de esta técnica: "Se dice, y yo desde luego lo comparto, que es difícil conocerse a uno mismo, pero tan difícil como eso es pintarse a sí mismo". La indagación introspectiva para representar no la propia imagen, sino la propia esencia, la personalidad con sus miedos y sus temores supone uno de los mayores retos para el artista. Bacon, aunque pintó numerosos autorretratos, declaró "odiar su propio retrato" y que con frecuencia se veía abocado a pintarse a sí mismo al morir los que le rodeaban y dejar de disponer de otros modelos. En el autorretrato de Gino Severini las facciones se descomponen en fragmentos en los que se refleja la complejidad de la personalidad, como si se viese a través de un prisma, al tiempo que resalta algunos rasgos (los ojos, el monóculo), y se vale de la geometría para dotarlo de movimiento. De esa manera el espectador siente que el artista ha girado la cabeza mientras se retrataba.

En el piso superior el arte contemporáneo reclama lo imperfecto, en contraposición a la belleza perfecta del clasicismo. En palabras del surrealista Giacometti  "Cada vez que veo, que miro, quedo maravillado, porque ya no puedo creer en la realidad -¿cómo calificarla...?- material, absoluta. Todo es apariencia y sólo apariencia, ¿no? Y si la persona se acerca, dejo de mirar, pero ella casi deja de existir también. O si no, todo se vuelve afectivo, me entran ganas de tocarla, ¿no es cierto? La visión ya no tiene interés". Giacometti aísla sus esculturas en un mundo propio, las dota de movimiento y vida al tiempo que llama la atención sobre su carácter perecedero.

Tamara de Lempicka "Kizette-au balcon"
 La última sección toma como tema la influencia entre fotografía y pintura. La inmediatez de la fotografía, la naturalidad del posado, su generalización, la aparición de nuevas técnicas son factores que han desarrollado nuevos puntos de vista y de experimentación en la pintura. Así en el cubismo suave de Tamara Lempika se combina la figura con la geometría. El pop-art se sirve de pinturas acrílicas para lograr colores de otro modo imposibles que contribuyan a transmitir las sensaciones, no sólo visuales, que el artista pretende reflejar en su obra. Los gestos atrapados en un instante, de naturaleza efímera, marcan el paso del tiempo. El retrato busca inmortalizar al modelo, al tiempo que deja patente su mortalidad.

La exposición es mucho más que lo que se puede contar aquí. Los cuadros hablan por si solos y, en este caso concreto, la intención se los artistas era precisamente que así lo hicieran. La complejidad del ser humano, su personalidad, su consciente y su inconsciente, sus temores, sus sueños, su poder y su fragilidad por encima de su belleza, su evolución y su mortalidad se plasman en las pinceladas que conforman cada uno de los lienzos y en las líneas y textura de las esculturas.

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