sábado, 5 de enero de 2013

Noche de Reyes con hermanísima

El día que a los Reyes Magos se les ocurrió la brillante idea de llevarle regalos al Niño del pesebre y luego, para más inri, extendieron esa práctica al resto de los infantes del mundo, no tenían ni la más remota idea de la que iban a montar. Si el Niño se hubiese parecido en algo a hermanísima, seguro que ni se les habría ocurrido repetirlo.

El trajín de Año Nuevo, en el que "Santa Hermanísima" se encarga de comprar y preparar toda la cena para su familia política (para luego llevarla a casa de su suegrísima y que les sea más cómodo al resto), no tiene ni punto de comparación con la inquietud que precede a los Reyes. Lo más sensato es permanecer alejado. Por supuesto, desde que empezaron las vacaciones ha comprobado diversas recetas de roscones, con y sin gluten, para determinar cual es el más le gusta. Doy fe de que deben de estar todos riquísimos porque duran tan poco que nunca me llega ni una miga (es el precio que hay que pagar por quitarse de en medio). La mañana del día 5 se la pasa haciendo planes para que no se le escape ningún detalle y, después de comer, se prepara con antelación suficiente (dos horas mínimo) para la Cabalgata. Pese a la nieve y el hielo, hermanísima ocupará la primera línea, y arrastrará con ella a sobrinísima y ciclón, que tratarán de moderar el entusiasmo de su madre en la lucha por los caramelos. Supongo que el que nadie nos llevase nunca durante nuestra infancia a una cabalgata (¡Gracias!) le provocó un trauma que ahora paga con las chiquillas que deben disfrutar a cualquier precio (chichones, congelación, aglomeración) del mágico paso de las carrozas.

Al terminar la cabalgata da comienzo la noche, que sigue siempre idéntico protocolo, establecido gracias a su reiteración año tras año. La última vez que la pase con ella fue la de antes de su boda. Ella tenía 24 años y yo 25. No tuve la previsión suficiente de ponerme guardia ese día. Una vez ambas fuera de la casa materna me he guardado mucho de repetir la experiencia. De hecho en mis primeras navidades con House ambos huimos a San Francisco (aunque él aún no sabía de qué escapaba).

La cena es en realidad merienda-cena y debe hacerse a buena hora para que así todos nos podamos acostar pronto y a los Reyes les dé tiempo a visitar nuestra casa sin problemas. Estoy convencida de que debemos estar los primeros de su lista, no creo que haya ningún otro hogar en el mundo en el que se apaguen antes las luces (y tengo en cuenta las diferencias horarias terrestres). Pese a ser invierno estoy casi segura de que aún queda algún rayo de sol. Da igual, comienza el ritual:

 9 de la noche. Llega hermanísima con los primeros signos de alteración: ¡Grumpy vamos! ¡Es hora de acostarse!
Miro el reloj. Compruebo que no se ha parado. ¡¿Ya?!- pregunto - ¿No es aún muy temprano? (no aprendo, soy una auténtica ilusa)
- ¿Temprano? ¡Si ya es de noche!
Si ella lo dice. Afortunadamente no vivimos en el Norte de Europa o me veo en la cama a las 3 de la tarde.
Intento hacerme la remolona, pero no me sirve de nada.
- Aún no he puesto los zapatos - me excuso.
- Ya lo he hecho yo por ti (además me los ha limpiado y abrillantado para que los Reyes los vean en todo su esplendor)
¡Qué remedio! A las 9 y media ya estamos en la cama. Procuro leer un poco.
- Grumpy, apaga la luz, si la ven los Reyes pensarán que estamos despiertas.
Obedezco.
A las 10.
- Grumpy, no me puedo dormir.
¿Y le extraña?
- ¿Y si no vienen los Reyes? ¿Me traerán lo que he pedido?
La miro. Efectivamente, tiene 24 años y fecha de boda. ¿Cómo es posible?
- No te preocupes. Ya verás como vienen (por la cuenta que les trae, pobres de ellos si faltasen a alguna cita. Veo a hermanísima en Oriente dispuesta a exigirles explicaciones)

Hermanísima da vueltas y más vueltas hasta que empieza a hablar. No es que pretenda mantener una conversación, simplemente se ha dormido y habla en sueños. Cuando afirmo que no calla ni debajo de agua es con razón.
Medianoche. Estoy dormida y siento que alguien me sacude. ¡Ya empezamos!
- Grumpy, creo que oigo ruidos ¿serán los Reyes?
Gruño, es lo que corresponde. Me doy la vuelta y hago como que no me he enterado.
Las dos de la mañana. Hermanísima está sentada en mi cama.
- ¡Grumpy, grumpy! ¡Despierta!
- ¿Qué hora es?
- Las dos.
- ¡Es demasiado pronto! Los Reyes se enfadarán si les descubres. Vuelve a la cama.
Las cuatro.
- Grumpy, ya son las cuatro. ¿Te vienes a ver si ya han venido los Reyes?
- No me apetece.
No importa. A esas horas hermanísima no resiste más y va ella sola al salón.
4 y media.
- ¡Grumpy! Los Reyes ya han venido.
- Qué alegría - mi tono indica otra cosa
- ¡Hay un montón de regalos!
Estoy perdida. Ahora me los va a enumerar uno por uno. No sólo los suyos. También me ha hecho el favor de abrir los míos, los de hermanita y en ocasiones hasta los de la Señora (si no ha podido adivinar el contenido del paquete por el tacto). Efectivamente me los cuenta, aunque no presto atención.
- ¿No quieres venir a verlos?
- Ahora mismo, no (¿soy demasiado seca?).
6 de la mañana, con suerte pueden ser las 6 y media.
- ¡Grumpy, levántate! (ya no tengo opción) ¡vamos a ver tus regalos!
- ¡Si ya los has visto!
- ¡Pero quiero que los veas tú!
¡En fin! Me levanto. Total, desde las 9 y media me ha dado tiempo a dormir un montón de horas, aunque también creo que he tenido guardias mejores. Vamos juntas al salón.
- ¡Mira cuántas bolsas! ¡Abre éste, abre éste!
No me tengo que molestar, ella  escoge los paquetes, me los pasa, me los quita, los abre, los admira ¡y son mis regalos! Los disfruta tanto que me dan ganas de que se los quede. Me arrastra a cotillear también los regalos del resto (en su caso por segunda vez).  Tras años de entrenamiento, hermanísima es una especialista en levantar el celo del envoltorio y pegarlo de nuevo sin que se note.
Se nos pasa una hora de encendido entusiasmo, no precisamente silencioso al final (posiblemente tampoco al principio). Oímos a mi madre levantarse.
- ¡Mamá! ¡Ya han venido los Reyes! ¡Mira qué de regalos! Tienes unas cosas preciosas.
La Señora aún tiene algo de sueño pegado (y eso que ella no comparte el dormitorio con hermanísima, sino con el catedrático, cuyo comportamiento dudo que se parezca mínimamente al de su hijísima). Sueño o no sueño no le queda más remedio que admirar los regalos (aunque al igual que en mi caso tampoco tiene que meter baza, hermanísima se basta y sobra para alabarlo todo).

La Señora prepara el chocolate. Se pone la mesa. No sé para qué tantas prisas si hasta que no se hayan levantado todos y hermanísima haya sometido al resto al obligatorio ritual, y emitido su opinión sobre cada uno de los paquetes, no nos sentaremos a tomarnos el roscón, cosa que sucederá entre las 11 y las 12 de la mañana (somos una familia cool que hacemos brunch de roscón con chocolate). La merienda-cena fue a las 8, cuando me siento a la mesa tengo ganas de morder algo (¿por qué no empezar con hermanísima?)

PS: Sé por cuñadísimo que las cosas no han cambiado y que tanto él como sobrinísima y ciclón disfrutan lo mismo que yo durante la Noche de Reyes, que pasan todos juntos, en feliz reunión, en casa de mis padres. La Señora aún nos invita a que nos quedemos allí con ellos para que compartamos con ellos el espíritu de la celebración. El hermano sí que pica y comparte habitación con las sobrinas, que han heredado de su madre el entusiasmo y, por supuesto, el ritual (que además han perfeccionado para ejecutarlo en estéreo, aunque creo que mi sufrido hermano no valora esa mejora cómo se merece).

4 comentarios:

Carmen dijo...

Estoy levantada desde las ocho maldiciendo al servicio de camellos de Madrid que han debido de traer un regalo en caracol porque no va a llegar hasta el día 9. Sé que todos lo comprenderán menos yo que estoy toda rabiosa. ¡Menos mal que grumpy ha escrito esta entrada para que me anime!
Esas Navidades tenía 24 años (no 25) y has exagerado un poquito pero te perdono jeje. Sé que mi entusiasmo nunca se veía correspondido por eso tenía que ser mayor (para compensar el tuyo y que los Reyes nos siguieran trayendo cosas).
En mi casa siempre se ha dicho que cuando se deja de creer, Los Reyes no traen nada. Esta ha sido una de las razones que han contribuido a la ilusión.
El año pasado ya dejé que mis hijas fueran solas a la cabalgata con sus amigas y además, desde que descubrimos la "melatonina", ya dormimos todos mejor y nos levantamos un poquito más tarde.
Tengo que decir que es un día que me encanta y que lo peor que tiene es que se acaba y hay que esperar ¡un año entero! para que vuelva. Por lo demás es perfecto.

House dijo...

¿Lo de "melatonina" quiere decir G&T?

Yo misma dijo...

Me declaro fan de hermanísima :)

Érase una vez dijo...

Jajaja, muy divertido. A mí me encantan los entusiastas del Día de Reyes, a los que me he unido después de vieja (aunque sin tanto fervor como hermanísima), porque de pequeña no visitaban mi casa (solo venía Papá Noel). Así que ahora recupero el tiempo perdido y lo disfruto doble, aunque la parte que menos me gusta es en la que los camellos dejan la terraza hecha un desastre, llena de pisadas y todo sucio y patas arriba... ¡Es una lata! (¿Cuándo aprenderán a comerse los polvorones de manera civilizada?)