martes, 26 de noviembre de 2013

El laboratorio del Sr. Carroll

¿Quién sería esa famosa Alicia cuyas vasijas guardaba el Sr. Carroll en su alacena bajo llave? ¿Poción Alicia? ¿Galletas Alicia? ¿Para qué servirían?

¡Cuantas veces había oído que la curiosidad es la base de la ciencia! No era la única frase que se aplicaba a la curiosidad pero el resto nunca le había interesado. Recordaba algo que hacía referencia a un gato pero había olvidado el resto. El hecho era que el Sr. Carroll se había dejado las llaves puestas y, por ese motivo, se encontraba justo ante uno de esos casos en los que, con un poco de ciencia, satisfaría su curiosidad.

Abrió la puerta y sacó el bote de poción. La etiqueta carecía de instrucciones. Lo destapó. ¡Puaj! El olor no invitaba a probarlo. Descartó esa primera idea. Tendría que hacerse con un conejillo de indias, o no necesariamente de indias. Miró al Sr. Conejo. A pesar de vivir en el aula no era un espécimen de laboratorio sino tan sólo la mascota de la clase. Serviría para sus propósitos. ¿Quién se iba a enterar?

Sacó al conejo blanco de la jaula para hacerle beber un trago de poción. Por desgracia el animal no parecía dispuesto a colaborar. Eso le pasaba por trabajar con aficionados. Casi tuvo que aplastarlo con su cuerpo para que se estuviese quieto. Aún así apenas logró que tomase unas gotas. Tan poca dosis ¿le haría algún efecto?

No tardó en comprobarlo. ¿Qué ocurría? ¿Por qué el Sr. Conejo crecía tanto y tan rápido? No podía retenerlo, se salía por todos los lados. Sin saber muy bien cómo, se encontró subida a horcajadas encima de aquel bicho gigante. Lo peor no había hecho más que empezar. Como un canguro descomunal el animal se puso a saltar por todo el laboratorio dispuesto a no dejar títere, o matraz, con cabeza. ¡Qué desastre!

Se agarró como pudo al pelaje, no quería terminar hecha trizas como aquellos instrumentos. ¿Quién habría pensado que el tranquilo Sr. Conejo pudiera ser tan salvaje? ¿Y tan desobediente? Por mucho que le gritase ¡quieto, para!, no le hacía ningún caso.

Tantos estragos por unas gotas de poción. ¡No quería ni pensar lo que habría ocurrido si el bicho hubiese llegado a comerse una de las galletas de esa tal Alicia! ¡Uff! ¡Qué idea! Claro que a lo mejor esa era la solución. De perdidos al río y la situación era desesperada. A ver cómo se las apañaba para convencer a la bestia de que las probase. No prometía ser fácil.

Para empezar tendría que abandonar su montura. No le hacía ninguna ilusión pero le iba a costar más trabajo hacerse con la galleta desde aquella posición. Eso si es que aún era posible rescatar algún pedazo de entre aquellas ruinas.

Soltó al animal y se agarró a la lámpara en uno de sus saltos. Al menos la lampara se estaba quieta. Las manos se le resbalaban, no iba a aguantar demasiado. ¿Dónde estaba el conejo? Le alivió verlo lejos. Se dejó caer al suelo.

No pudo detenerse mucho tiempo. Al descubrirla el conejo se abalanzó sobre ella. ¿Comían carne los conejos? Prefería no satisfacer su curiosidad en esa cuestión. Se metió debajo de la mesa. Se clavó algunos cristales pero se libró de los dientes de la fiera. ¿Dónde habrían ido a parar las galletas?

Descubrió que el bote había rodado hasta una de las esquinas. Al menos parecía íntegro, pensó con alivio. Ahora sólo tenía que alcanzarlo sin que el Sr. Conejo la alcanzase antes a ella. Tendría que despistarle.

Un laboratorio hecho escombros no ofrecía demasiados escondites. De lo que sí disponía era de restos en abundancia que lanzarle al animal para entretenerle y que, en caso de peligro extremo, le valdrían para defenderse.

Emprendió una carrera frenética, armada de cachivaches que arrojaba hacia cualquier lado. El Sr. Conejo se lo tomó como un juego. Igual que un can, del tamaño de un dinosaurio, saltaba tras las piezas para devolvérselas a su dueña. Aquel gesto no inspiraba tranquilidad. El singular sabueso no calculaba bien la potencia de sus saltos y había que estar al quite para evitar ser arrollado por sus impulsos juguetones.

Al fin tenía en sus manos la caja de galletas. Por supuesto tampoco venía con instrucciones. ¡Vaya ayuda! Al menos contaba con un método para que se las llevase a la boca. Lo de tragárselo ya era otro cantar. Contaba con que algunas migas se deshiciesen y eso bastase.

Escogió una galleta grande, razonó que soltaría más cantidad de migas, y la lanzó al aire, casi en vertical. El Sr. Conejo saltó y la cazó al vuelo. Lástima que el salto no terminase ahí sino que siguiese hasta el techo. ¡Ay! ¡Vaya golpe! Pobrecito, eso tenía que doler. ¡Oh, no! ¡Vaya grieta!

A medio vuelo de descenso el animal comenzó a encoger. Con semejante choque la galleta se habría pulverizado. ¿Y si se pasaba de dosis? 

Antes de que también se estrellase contra el suelo recogió con sus brazos al conejillo blanco. Parecía algo conmocionado. Le acarició. No tenía ni un chichón. Dedujo que debían de ser los efectos secundarios del experimento.

Lo devolvió a su jaula y se sentó a su lado. Contempló desolada el aspecto del laboratorio. ¿Cómo explicarle al Sr. Carroll que la curiosidad se le había ido de las manos? Todo por culpa de la ciencia.

2 comentarios:

Elvis dijo...

Empiezo el dia como a mi me gusta.... el menino de camino a la guarde después de darme muchos besos en la puerta de casa y de jugar a que no se pone la chaqueta para que lo tenga que ir a buscar; mi café recién hecho calentito, unas tostadas y, en la tranquilidad de la mañana, leyendo el blog en el ipad. Son 15 minutos antes de irme a la ducha que no puedo describir con palabras.....son mis minutos.

Este último mes no he podido disfrutarlos. Por desgracia, el sacrificio no ha merecido la pena todo lo que yo habría querido, aunque me queda una cierta satisfacción de pensar que mi trabajo sí estaba a la altura. Con todo se aprende y creo que una de las lecciones que me llevo es que esos 15 minutos deben ser irrenunciables, no sé si seré capaz de hacerlo, pero lo intentaré.

Esta historia de hoy me ha encantado, conozco un par de personas a las que la curiosidad se le va de las manos.... una de ellas muy pequeña y otra ya muy grande. Espero que el pequeño se controle mejor que Alicia!

Besitos

Yo misma dijo...

Llegar tarde tras un día agotador de trabajo y leer esto... No tiene precio. Gracias y besos