lunes, 3 de marzo de 2014

La maquina de sueños

He soñado con unas vacaciones de primavera en la granja. Una de mis primas tenía un aparato similar a un karaoke que no emitía canciones sino sueños tangibles. Al apretar los botones surgía un sueño, podía ser nuevo o la continuación de uno anterior. El sueño tomaba forma, se hacía tridimensional. Crecía, se desarrollaba en la habitación y la llenaba. El cuarto se transformaba, sus límites eran los del dormitorio pero en su espacio cabía desde un río hasta una jungla. Sabía que dormía pero eso no lo hacía menos real, tan sólo era otra parte paralela de mi vida, la parte que despierta en los sueños. En este caso eran los mismos elementos del sueño los que se ocupaban de despertarla.

Dormía en el cuarto del fondo, en mi cama de siempre, la que estaba pegada a la pared opuesta a la ventana. Había un elefante en el hueco que quedaba entre la puerta, el armario y el baúl sin fondo de los tesoros. Se acercaba, se metía por el pasillo entre las dos camas y se sentaba sobre la mía. Me mecía con la trompa para llamarme. Al notar el vaivén, abría a medias un ojo pero no me daba por aludida sino que me giraba y me cubría la cabeza con la colcha. No me servía de nada remolonear, mi elefante no me lo permitía (y no hay quien les gane a cabezonería). Para convencerme enlazaba mi cintura y me incorporaba hasta sentarme al borde del colchón. Sentía que aún seguía pegajosa de sueño. Se me cerraban los ojos y me pesaba la cabeza. La apoyé sobre él. No me extrañaba que hubiese un elefante en mi habitación, le conocía, no era la primera vez que algo así sucedía. El animal, igual que un perrillo impaciente, tiraba de mí para que me levantase y saliese con él fuera de la casa. Algo pasaba y quería mostrármelo sin más demora. Estaba inquieto.

Le hice caso y me dejé guiar. En camisón y descalza caminé tras él hasta los eucaliptos de la era. En el lugar de la antigua alberca había una ballena varada, aunque no había ninguna playa cerca, sólo la tierra reseca. No parecía posible que hubiese llegado hasta allí, sin embargo ahí estaba. Mi elefante se plantó a su lado y me miró, en sus ojos me suplicaba que la ayudara. ¿Qué podía hacer yo para salvarla? No se me ocurría nada.

Aparecieron más y más elefantes, una manada completa. Los había de todos los tamaños: grandes, medianos y chicos. Se acercaban desde cada rincón de la granja: por el camino de grava de la entrada, por la cuesta de los columpios, desde la piscina, la casa, las viejas naves, el huerto, los caballos... Todos querían ayudar a la ballena, hacer que no tuviera miedo, que no se sintiera sola. Se mantenían unidos a su alrededor para darle fuerzas. Sin embargo, en sus pasos lentos, en su procesión, en su silencio y en la tristeza de sus miradas se respiraba, sin desearlo, el aire denso de las despedidas.

2 comentarios:

señora dijo...

Al leer la entrada de ayer y la de hoy vuelven a la memoria tantos recuerdos que se han ido forjando con el paso del tiempo. La Granja y lo que aquello supuso en la vida de todos se hace presente en muchas ocasiones en la vida de todos y especialmente en los sueños. Quién de nosotros no se ha despertado con la sensación de haber pasado una nueva jornada bajo las moreras o en el patio o ante la chimenea, con los abuelos o la tita o alguien irreconocible? La pena es que la mayor parte de las veces _como en tu entrada_ en el sueño ya se percibe la atmósfera de los paraísos perdidos.

Emerencia dijo...

Hola Sol, yo soñé despierta una vez. Soñé con un elefante viejo que se escapó de un circo.En la casa donde vivía, separada del pueblo por una densidad de chirimoyos, en un rellano del campo se abría la carpa de un circo. A lo lejos se percibía la silueta de un elefante dando vueltas sobre sí mismo. Un día no lo vi, pero el circo seguía allí. Como siempre, es un gusto leerte, una inspiración. Un abrazo