lunes, 5 de septiembre de 2011

Minerales

El primer domingo de mes, hay una venta de Minerales en la Escuela de Minas. No es que vendan rocas para coleccionistas, que también lo hacen, sino lo que a mí me atrae más que a las moscas a la miel, son las joyas con piedras preciosas y semipreciosas que exponen. Algún cruce filogenético con las urracas debe de haber cobrado cierto protagonismo en mi información genética, porque tanta atracción por las cosas brillantes no puede ser normal. Y además sé que es hereditario: ya en la visita a Florencia con mi madre, además de visitar museos, palacios e iglesias, otro de los puntos de interés turístico eran los diamantes de las joyerías. De hecho, mi primer recuerdo de nuestra excursión a Venecia son unos pendientes de diamantes en un sencillo escaparate, expuestos sobre terciopelo rojo. Con esos diamantes el escaparate no necesitaba nada más. Valían más de diecci millioni de liras, así que, o siguen allí o se los llevó otro. Pero la imagen está en mis retinas, que ya es bastante.
Aunque el hall de minas, donde se hace la venta, es realmente precioso (como muestra, la foto con los puestos del mercadillo), no es ni Florencia ni Venecia, pero también tiene diamantes, y esmeraldas, zafiros, rubíes, topacios, amatistas, citrinos y una larga lista de piedras. Las hay montadas en oro y las hay en plata, con mejor o peor calidad, pero todas con su encanto. Ni que decir tiene que, todas mis amigas tienen pendientes o colgantes o ambos de mis visitas a la Escuela. Y no suelo faltar, con lo que ya hasta me conocen (y eso que es tan sólo una vez al mes). Tanto es así, que ayer me ocurrió una cosa muy curiosa. El dueño de uno de los puestos, que además tiene una tienda en la C/ de la Escalinata (en Ópera), al verme, me pidió que si podía echarle un vistazo al puesto mientras él iba a buscar a su hijo que estaba durmiendo en el coche. Por supuesto, allí me quedé, por supuesto contemplando todas aquellas piedras brillantes, más feliz que una perdiz. Incluso le señalé cuales eran las amatistas a una mujer que se acercó por allí a preguntar. No terminé de entender muy bien aquello: quería amatistas, para ella, pero ni tan siquiera sabía reconocerlas. Salvo que lo que uno busque sea una gema concreta porque crea en sus poderes "mágicos", opino que es mejor que escoger algo que sencillamente guste, independientemente del nombre de la piedra en cuestión. Luego empezó a poner pegas: que si estas son demasiado claras (sí, pero también las amatistas claras tienen unos brillos y matices que no tienen las oscuras, porque se los come el color), que si este modelo de pendiente no me va y, lo más increíble, 15 ó 20 euros le resultaban caros para unos pendientes de plata y amatistas ¿dónde esperaría encontrar algo así a mejor precio? A lo mejor me equivoco y le resultaban "demasiado baratos" aunque, en ese caso, te compras dos y listo, ya tienes de repuesto. También podía ser que se tratase del ingrediente secreto de alguna poción esotérica y, claro, cómo esta llevase una mezcla de piedras, podría resultarle más barato beber Dom Perignon, y posiblemente más eficaz, especialmente si lo que se busca es un filtro amoroso: está demostrado, con la borrachera las defensas bajan y es más fácil caer. Lo que sí vi que costaba más caro, fue un colgante de topacios y diamantes, montado en oro, preciosísimo, que me encantó. Estaba en el puesto de alta joyería y, al igual que sucedió en su momento con los pendientes venecianos, allí se quedó.
A la salida, me pasé a comprar pasta fresca y pan sardo (unas láminas de pan finísimas y crujientes, que pueden servir incluso de base de pizza, aunque para ello hay que poner dos o tres juntas, o se deshacen). Lo suelo hacer tras salir de Minas, porque está la tienda de Il Pastaio del Vecchio Molino que elaboran ellos la pasta y está muy rica. Además tienen otras delicatessen italianas: tiramisú casero, al que tan sólo hay que añadirle un toque extra de Amaretto para que se quede perfecto, mozarella y quesos italianos, vinos, aceite, café, galletas y lemoncello (un gran favorito de mi marido). Además la chica es encantadora y también me conoce.
Con esto, salvo que me toque guardia, cumplo con la agradable rutina de la mañana del primer domingo de mes. Incluso si estoy con el busca, si no hay nada pendiente de valorar por mí, también me doy una vuelta, con le telefonito del hospital en la mano (por supuesto). Siempre voy a primera hora (abren a las 10), que luego empiezan a llegar las hordas, con y sin niños (hay una exposición preciosa y también una reproducción de una mina en el patio, que resulta interesante). La foto debe estar hecha a primera hora porque aún hay poca gente.

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