martes, 10 de abril de 2012

Anaranjado

En invierno los días son cortos y la falta de luz se acusa en las calles por los tonos de la ropa. El negro invade las prendas, seguido del gris y la gama de marrones. A veces asoma un burdeos y el toque de color llega de la mano del azul vaquero y del verde bosque. Además, de noche, todos los gatos son pardos y apenas se distinguen las formas entre la oscuridad y la niebla. En ocasiones, ese ambiente, puede resultar deprimente.

Con la primavera las horas de luz se alargan y, en las calles, las sombras se convierten en figuras cubiertas por tejidos ligeros y vivos. Esta próxima temporada parece que esta transformación va a llegar de la mano de la gama del naranja.

Hablar sobre el color naranja es demasiado general. Para empezar no es un tono puro, sino que resulta de la mezcla del rojo y del amarillo y el resultado depende de la relación entre ambos. Según los matices, puede resultar chillón o, por el contrario, casi tan suave como un rosa y combinable con negros, marrones, azules. Si tira mucho hacia el amarillo, es un color que evito. Igualmente hago con las tonalidades fluorescentes. El naranja es de por sí un color vivo, en ocasiones flamígero y, por lo tanto, no precisa de estridencias sobreañadidas.

La gama de salmones, en los que se combina con el rosa en distintas proporciones, siempre me ha gustado. Me trae a la memoria la boda de una de mis tías. En esa lejana época contaba con unos 6 años y, para la ocasión, nos vistieron a todas las primas, de "niñas de flores".  El único nieto varón existente por aquel entonces era mi hermano que no había cumplido aún su segundo  año de vida. Mis tías nos hicieron unos vestidos largos, de color blanco, de nido de abeja. Se anudaban con lazos de raso en la cintura y estaban adornados con bordados idénticos en los que lo único que cambiaba era el color. El de hermanísima era azul y el mío rosa salmón. No sé si la asociación con aquel vestido, que me encantaba y que guardé a lo largo de años y mudanzas en un hueco en el armario, rescatándolo de su fatal destino en forma de herencia a las pequeñas de la familia, fue la que convirtió ese tono en uno de mis favoritos. El naranja pastel, que es el que se ve en el arcoiris, y el tono melocotón, en los que la intensidad se suaviza, también me parecen muy bonitos y resultan menos ñoños que el resto de la paleta de pasteles, especialmente los asociados a los recién nacidos, azul bebé y rosa niña. Su uso en esa época es algo lógico: despiertan ternura y, además, se pretende que estén tranquilos, coman y duerman. No parece lo más adecuado recubrirlos con colores estridentes. Mantener esa tendencia pese al paso del tiempo suele resultar algo cursi.

Al  naranja se le puede añadir más rojo y, dado que ese es un color básico que me encanta, el resultado no puede por menos que atraerme. El coral entra dentro de esta gama de colores favorecedores, siempre y cuando no lo hayan llevado al extremo fluorescente. A veces pienso que hay diseñadores daltónicos que, cuando pretenden crear algo vistoso, recurren a ese tipo de llamativos efectos por la sencilla razón de que no son capaces de percibirlos. Si goza de fama de genio sus directrices son imitadas, y seguidas, por todo un rebaño de borregos sin gusto propio. Afortunadamente el teja, supongo que por su discreto toque marrón, se libra de ser sometido a esas aberraciones. Ese tono, junto al caldera, en el la mezcla es con carmín, los encuentro difíciles de resistir. Los escaparates que los lucen me arrastran, irremisiblemente, hacia las perchas del interior de la tienda.

2 comentarios:

Elvira dijo...

Un color precioso con el que hemos decorado parte del salón!

Aqui Los días empiezan a reducirse y hoy me he presto medias! (no se si no me las quitare a medio día) así que deduzco que también empezaremos a ver colores oscuros por las calles, aunque a los brasileños les gustan mucho los colores fuertes..... En cualquier caso espero ver naranja otoñal, que también es muy bonito, aunque menos vivo.

Besos

Anónimo dijo...

En Montreal el paso de los no-colores de invierno a los colores de primavera era algo explosivo, pues la cosa no se limitaba a un color que se ponía de moda, sino que la gente se vestía de todos los colores posibles, combinando verdes fluorescentes con rosas no menos llamativos. Quizá después del blanco sucio de la nieve que habíamos padecido durante mese y meses, igual que la primavera llenaba las calles de flores (especialmente tulipanes), las señoras mayores, sobre todo, hacían gala de toda su imaginación colcándose sombreros y adornos en todas las gamas colorísticas imaginables. Aquello sí que era literalmente variopinto. De Señora