lunes, 16 de abril de 2012

Gentileza

Hay quien nace con elegancia natural y, aunque se vista con un saco, lo lucirá con estilo. Tienen percha y encanto e irradian un aura de dignidad que les confiere presencia y clase. Son finos y saben estar. Por desgracia, la mayoría no posee este don y hay que recurrir a una serie de trucos y reglas a la hora de enfrentarse tanto al día a día como a un evento.

La elegancia no consiste tan sólo en llevar algo favorecedor y apropiado para cada circunstancia. Además, exige una reglas de comportamiento para no dar al traste con el efecto del traje, por mucho que éste sea obra de un prestigioso diseñador, y con un precio en  directa relación con ese prestigio. Muestra de ello es que, en un uso obsoleto, la palabra gentileza es indicativa de "buen linaje" y sinónimo de nobleza. Así lo aplica Jane Austen en "Orgullo y Prejuicio" cuando Elizabeth Bennet se queja del comportamiento de Mr. Darcy en su primer encuentro. La mayoría de estas normas son fruto del respeto, del sentido común y de un mínimo conocimiento de la naturaleza humana. Claro que es mucho más fácil pensarlas que ejecutarlas pero, sin cortesía, no hay elegancia, tal y como se plasmaba en la falta de refinamiento de Eliza Doolittle en My Fair Lady.

Indudablemente es más elegante escuchar que hablar. De hecho, en esa misma película, Audrey Hepburn, vestida para la que sería su primera salida, Ascot, fue instruida para limitarse a pronunciar tan sólo dos frases. El problema surgió cuando, arrastrada por el entusiasmo de la carrera, se olvidó de la restricción. En general casi nadie repara en que su interlocutor hable poco, al contrario, agradecen esa virtud y muchos le consideran un excelente conversador. El motivo es evidente: casi todo el mundo desea una oreja dispuesta sobre la que verter su absorbente charla, generalmente sobre la base del yo, conmigo y mi propio ombligo (personalmente les recomendaría que escribiesen un blog). El grado de interés de la vida, obra y milagros del orador es discutible, salvo que el oyente esté colado por sus huesos. A falta de amor, un poco de buen vino incrementa la tolerancia. Por muchos deseos de entregarse a la bebida que pueda producir el desgaste de paciencia en ocasiones, hay que evitar excederse. La desinhibición no mejora la imagen de uno. Rehuir a los plastas conocidos es una buena práctica, llena de lógica.

La vehemencia en las opiniones debe suavizarse al expresarlas, aunque eso no significa que pierdan fuerza en nuestra mente, pero la agresividad no resulta ni atractiva ni convincente. Nunca se debe elevar el tono de la voz, so pena de crispar al interlocutor. No es conveniente enzarzarse en discusiones de esas que no llevan a ninguna parte, mucho menos si es con un individuo fanático o cerril. Si hay confianza y es posible cambiar el escabroso tema causante de la exaltación, bien. No obstante, en ocasiones no hay escapatoria y no queda más remedio que resistir hasta que se es rescatado, con el eterno agradecimiento al salvador, o se puede huir con una excusa plausible. Mejor eso que perder los papeles. Interrumpir en estos casos a lo único que reporta es el dar más vueltas alrededor del asunto. Marear la perdiz no es práctico. Tampoco lo es hablar de lo que se desconoce. La ignorancia, o las opiniones no sopesadas, originan una pésima impresión.

Sonreír es elegante, impresiona de cordialidad y contribuye a quitar hierro a las situaciones incómodas. Sin embargo, un gesto de "todo me huele" es desagradable y produce malestar en el entorno. Hay ocasiones en las que resulta casi imposible controlarse. En esos instantes hay que remitirse a las lecciones de poker de la adolescencia para relajar el rostro en un gesto inescrutable. Debo añadir que nunca he conseguido colar un farol en ese juego de cartas, pero si pienso en el sarcasmo del post con el que voy a destripar al impresentable de turno en el blog, hasta consigo verle la parte positiva al asunto y presto atención, aunque sea por otro tipo de intereses.

La feminidad no es de machistas, es seductora e inherente a las mujeres (o a la mayoría, porque hay quien nació sin ella). Hay que aprender a explotarla sin excederse. No se suelen citar a las llamadas feministas marimachos como ejemplo de gentileza y estilo. Las mujeres y los hombres no somos iguales, al igual que sucede con los machos y las hembras de cualquier otra especie. Aunque esto, de puro obvio, parezca de perogrullo, algunos son tan animales, irracionales, que no se convencen ni ante la evidencia más que palpable de la madre naturaleza.

En fin, esto no es más que mi opinión y supongo que habrá muchos que discrepen. No soy el mejor ejemplo de sociabilidad existente y soy la primera en saltarme todas esas normas. No pretendo sentar cátedra, tan sólo ordenar mis propias ideas a ver si, de ese modo, me aplico en su ejecución.

No hay comentarios: