lunes, 20 de agosto de 2012

Mortalidad

"Nostalgia" de René Magritte
La idea de la mortalidad humana forma parte intrínseca del día a día de la Medicina. Siempre está ahí, se convive con ella. Se intenta doblegar, prolongar, luchar contra lo inevitable, dejarla de lado, convertirla en algo ajeno. No obstante, hay instantes en que su presencia es tan evidente que resulta incluso palpable en el ambiente. No es preciso enfrascarse en ninguna tarea extraordinaria para sentirla. Simplemente, una mañana al recorrer los pasillos del hospital, aparece de forma inesperada gente refugiada en un rincón, sumida en la tristeza que provoca la pérdida de un ser querido. Se es testigo involuntario y fortuito de su dolor. Un dolor que les envuelve en una burbuja y que les hace sentirse extraños ante el resto del mundo. Un dolor hondo, que busca consuelo, sin hallarlo, en el llanto. Un dolor que se soporta en el apoyo de los seres más cercanos, los únicos que caben dentro de la burbuja. En el interior de ese mundo apagado y gris, cubierto por una atmósfera densa y pesada, cuya espesa niebla ahoga los sentidos, no se escucha más sonido que el de la respiración al convertirse en sollozos. Un abrazo sostiene, se opone a la voluntad de dejarse arrastrar hasta hundirse sin remedio. En un abrazo se agarra la solidez de alguien real y vivo. Se sacan fuerzas de la comprensión de otros, muchas veces igualmente afectados, con la esperanza de que, al compartirla, la pena se mitigue y deje de resultar abrumadora.

Al encontrarse con esa escena, se hace un nudo en la garganta y el espectador casual no puede evitar sentirse como un intruso. Pasa rápido, en respetuoso silencio, procurando que su presencia pase desapercibida, sin alterar la fragilidad del duelo. En esos momentos no se sabe qué hacer, se desearía ser capaz de ofrecer algún tipo de alivio, pero ante la impotencia, uno se limita a evitar irrumpir en ese entorno íntimo y privado.

En algunos casos el médico sí que forma parte del suceso. No pertenece al grupo de los íntimos, pero si se ha mantenido una relación larga con el paciente, basada en la confianza y la sinceridad, e inevitablemente en el cariño, la familia buscará su comprensión y su apoyo. La medicina trata de curar, de luchar por la vida, pero por mucho que se prolongue, la muerte es el final para todos. Lo más difícil no es la técnica de una cirugía, ni el enfrentarse a las complicaciones, ni el miedo ante las propias limitaciones, ni el aprender a  reconocerlas y solicitar ayuda para superarlas. Tampoco lo es el luchar contra el cansancio de las guardias y sacar fuerzas de flaqueza, y de paciencia, de donde ya no quedan. Lo más duro es decirle a un enfermo que su caso no tiene remedio, que las armas se han agotado. No todos lo preguntan, algunos no se atreven y otros no desean saberlo y, aunque lo presientan, prefieren guardar silencio al respecto. Pero en muchos casos, llega un punto en el que se arman de valor y te hacen la pregunta y, si la hacen, hay que responder con la verdad. Es su vida y confían en ti. Es duro pero no dramático, no les pilla por sorpresa, ya lo han asumido previamente, sólo buscan oírlo para confirmarlo. No se hunden por ello. Algunos aprovechan ese tiempo para disfrutar de los suyos. Serán felices, y harán felices a los de su alrededor, hasta el último instante de sus inolvidables vidas.

4 comentarios:

Sole dijo...

Gracias prima.
Tienes razón, es un día difícil para mi...Hoy hace tres años que dieron a mi hija 'sus alas' de ángel.
Así fue como avisé a los que me llegaron las fuerzas antes de soltar el movil a una de mis hermanas
"Esther ya es un ángel"....fue lo único que tuve fuerzas de escribir.
Recuerdo ese día minuto a minuto: mi médico era una de esas personas que querían a mi hija de
verdad; le decía que el era el jefe de pediatría, pero que ella era la jefa. Los dos se divertían bromeando
entre ellos, y despues de tantos años tratándola (en la primera etapa de la enfermedad, cuando
despues de un año y medio en madrid decidieron ponerle quimioterapia de mantenimiento, fue Jesús
el que se la ponía en Jaén...mi doctora de madrid lo conocía pues hizo la residencia con ella y le tiene
mucho aprecio); con casi 5 años ya era experta en hospitales, y prefería ir a jaén que a madrid.
Jesus era uno de los médicos de Esther, pero además fue un amigo y un gran apoyo en aquellos momentos.
Fue al que llamaron cuando mi hija no se despertaba y cambio la guardia para quedarse con ella hasta el
final...Fue eél el que hablo con mis padres porque yo no tenía fuerzas...ni me creían...Lleganos la noche
anterior con un dolor de cabeza y ya no se iba a despertar nunca...
Hace tres años, pero el dolor es el mismo; te acostumbras a vivir con el, con un dolor sordo y constante,
sabiendo que hay momentos como el día de hoy que las compuertas que lo mantienen escondido se rompen
y no te sientes capaz de nada...pero también sabes que llegara mañana y tendras que volver a levantarte,
volver a sonreir y decir al mundo: 'No estoy entera, pero estoy aquí".
Un beso. Sole.

El tito Paco dijo...

Querida Sole:
En el mundo en el que vivimos es muy difícil no dejarse arrastrar por la desconfianza en todo. Esa desconfianza ha llevado a suprimir de nuestras vidas la mención de Dios, como si nos diera vergüenza que pensaran que somos tontos, por creer en magias y en esas cosas. También es verdad que los creyentes, muchas veces inocentemente, han (¿hemos?) incrementado esa tendencia al inventar un Dios traumaturgo, una especie de Jesús Harry Potter. La tendencia es muy antigua, ya aparece en los Evangelios Apócrifos: el Niño, de quien se ríen sus amiguitos cuando hace unos pájaros de barro, al parecer no muy bien, de pronto los hace volar.
La gente sencilla necesita ejemplos sencillos; pero no hay que confundir sencillez con estupidez. Las personas buscamos una explicación al misterio de nuestras vidas. Hemos nacido en España y no en el Congo, o viceversa, somos ricos o pobres, afortunados o desgraciados (generalmente por turnos), nos tienen envidia y no sabemos por qué o deseamos lo que otros tienen (una forma de envidia, claro) y nos sentimos frustrados. Cuando algo no sale bien culpamos a Dios o simplemente lo negamos. Cuando preguntamos a Dios: "¿Qué haces para solucionar esto?" olvidamos la simple respuesta: "Te he hecho a ti". Pero es duro aceptar que las limitaciones de la vida se producen por las limitaciones del hombre.
Grumpy (y ella sabe cuánto lo siento) se queda en esa limitación de la vida. Yo prefiero dar un paso adelante, arriesgado, porque es mi vida entera la que me juego. Simplemente escucho las palabras "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, el que cree en mí no morirá para siempre". Hay que entenderlas desde la advertencia de San Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe". El creyente no es un estúpido, es, quizás, un aventurero, porque vive la vida como la aventura de la fe. "Aventura", por cierto, significa "hacia lo que viene", nada más. El que cree vive hacia el porvenir.
Esther tuvo un papel en nuestras vidas cuando estuvo entre nosotros y lo tiene ahora que no está aquí. Para ninguno se ha ido del todo. Hay que pensar en estas cosas, sencillamente. Somos una familia fraterna. Ésa es nuestra fuerza.

Carmen dijo...

Nadie quiere saber el dolor que sientes pero todos estamos contigo para compartirlo. Sabemos que eres más fuerte de lo que tu misma te atreves a creer y que siempre estás en una lucha por vivir sin la personita a la que más querías.
Mañana empezará un nuevo día lleno de esperanza y luego otro y otro y ella caminará a tu lado desde el silencio.

Miguel Angel dijo...

La muerte es la única certeza. Es algo que todos acabaremos haciendo, lo queramos o no y parecería lógico asumirlo e incluso prepararse para hacerlo bien. Es el acto final y es inevitable, así que luzcámonos.

Sin embargo, nos empeñamos en negarlo, miramos para otro lado como si con no verlo lo hiciésemos desaparecer. Tenemos la infantil fantasía de la eternidad y no nos queremos dar cuenta de que apenas somos una gota en el mar del Universo. A lo más que podemos aspirar es a hacer las cosas bien. ¿Nos recordarán? Puede, pero, ¿qué más da? No estaremos aquí para saberlo.

Como médico me he dado cuenta que lo más bonito de mi trabajo no es salvar una vida, sino tener la oportunidad de conocer a personas extraordinarias, anónimas pero grandes, capaces de enfrentar el dolor y la muerte con la misma naturalidad que cualesquiera otras circunstancias de la vida, y que incluso consuelan a sus familiares ¡y hasta a su médico!

Estas personas lo han entendido.