lunes, 22 de octubre de 2012

Parecidos

In the eyes of the inocent - Steve Hanks
Está claro. Todos los humanos, especialmente dentro de una misma raza, nos parecemos entre nosotros mucho más de lo que creemos. Sólo hay que fijarse en los comentarios ante un bebé: "es igual que su padre" "no, es igual que su madre" "¡cómo se parece a ti!" Curiosamente, ninguno de sus padres se siente mínimamente ofendido ante la comparación, al contrario, hinchan el pecho como gallos, y eso a pesar de que el aspecto de su nuevo hijo, arrugado, inflamado, cubierto de caseum y en ocasiones con el cuerpo peludo por los restos del lanugo fetal, diste mucho del ideal de belleza. Está claro que el instinto es más fuerte que la vista, y la ternura que despierta el bebé no permite a los allegados valorarle de forma objetiva. Es, sin discusión, la cosa más hermosa sobre la faz de la tierra. Eso sí, una foto de la criatura al cabo de unos años mostrará la auténtica realidad, sin filtros.

Según el pequeño crece, los parecidos a sacar aumentan. A fin de cuentas, durante el primer año es normal que se parezca básicamente a su padre y ese tema no suele generar muchas discusiones. Sucede en todas las especies. No es más que una maniobra de la sabia naturaleza para evitar que el cachorro sea rechazado. A partir de ahí, una vez aceptado, puede parecerse a Rita "la cantaora" que ya no hay vuelta atrás. Aunque uno sea rubio y otro moreno, los respectivos írises sean oscuros y claros, las bocas grande y pequeña, y la diminuta nariz infantil se enfrente a una digna del poema de Quevedo, bajo la orgullosa mirada de su papá todo ello no será más que una serie de nimios detalles secundarios y nunca perderá en su memoria su semejanza original. Según surgen nuevos rasgos los abuelos recordaran a sus antepasados con afirmaciones del tipo "se parece a mi bisabuelo materno" "no, es igual que el hermano mayor de mi madre". En cada una de las visitas familiares surgen frases como la de "mírale, es idéntico a su abuela" e incluso "yo opino que es igual que mi tío" (aunque el parentesco con el susodicho sea lejano y político). De nada sirven protestas del tipo "¡pero si es adoptado!" Aunque el churumbel venga de Marte es incuestionable que es la viva imagen de algún conocido, que con frecuencia sólo se recuerda en ese momento. Al sacarlo de paseo, los admiradores espontáneos también determinarán la similitud con el portador del carro, aunque sea la niñera, la vecina o la tía.

¿Qué sucede? ¿Cómo se explica esto? ¿Es consecuencia de que al buscar pareja buscamos alguien con rasgos no demasiado diferentes a los propios porque así nos identificamos con el otro y nos sentimos seguros? ¿Es porque en los críos los rasgos son tan suaves y poco definidos que es fácil imaginarse el parecido con casi cualquiera? ¿Es porque los gestos, que dentro de una familia se desarrollan por imitación inconsciente, y casi parecen heredados, nos recuerdan a los de los demás miembros incluso más que las facciones? Y más adelante ¿es por la forma de hablar, la manera de expresarse, de mover las manos, de hacer las pausas, la entonación e incluso el tono de voz por lo que no podemos evitar relacionar la progenie con sus progenitores?

L'art et la vie - Walter Crane
El asunto no se limita al ámbito familiar, sino que fuera de éste, también nos parecemos a gente que no tiene ningún lazo de sangre con nosotros. La altura, el peso, el color del pelo hace que siempre entremos dentro de un grupo mucho más amplio de lo que nos imaginamos. Eso de "darse un aire" con algún amigo o conocido lejano de otro cuando somos presentados no es ninguna novedad. A veces se piensa pero no se dice, pero es una información útil que puede servirnos para recordar a esa persona en un encuentro futuro. Generalmente es mejor no llegar a conocer nunca a ese otro al que, supuestamente, nos asemejamos. No obstante, no todas las comparaciones son odiosas. Ser equiparados con algún artista al que se admira es una forma de elogio y, de hecho, la reacción es la de tratar de potenciar ese parecido concreto. Supongo que la explicación natural de este tipo de cotejo se basa simplemente en que el genotipo que conforma nuestro fenotipo no difiere esencialmente entre los distintos individuos de una misma especie. Por muy distintos que nos sintamos del resto de la manada, el resto de sus miembros no comparte nuestra particular visión.

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