lunes, 28 de enero de 2013

Orgullo y Prejuicio de Jane Austen

Se cumplen 200 años de la publicación, el 28 de Enero de 1813, de Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. Es una de mis novelas favoritas de una de mis escritoras favoritas, aunque realmente no sabría escoger con cuál quedarme de entre sus obras. Todas tienen algo en común en la manera de enganchar al lector y trasladarle al centro de la historia para hacerle partícipe de las emociones y de la evolución de los personajes hasta que forman parte de él. Lo consigue gracias a un lenguaje lleno de un humor ingenioso y sutil que estimula la inteligencia del lector, le hace estar atento a cada palabra, a los significados ocultos de las frases, a sus dobles interpretaciones para que resulten del agrado del que las escucha al tiempo que expresan con sinceridad los pensamientos del que las enuncia.

Con la excusa del mercado matrimonial, Jane Austen traza un retrato del carácter de los diferentes miembros de la sociedad rural inglesa. Algunos resultan casi una caricatura, como sucede con el ridículo Mr. Collins, aunque ¿quién no se ha encontrado nunca con un pedante con ínfulas de ese calibre? Austen no exagera, la realidad de esos individuos supera cualquier ficción. Las tonterías vacías, de cabezas huecas como la de Mrs. Bennet, provocan situaciones bochornosas para sus familiares dotados con una pizca de sentido común y de la propiedad y despiertan el sarcasmo del ocurrente Mr. Bennet. La vanidad es presa fácil de la mentira y la duplicidad, de lo que se vale el malvado Wickham para ganar popularidad rápidamente. El mantener las formas y el aparentar es, en ocasiones, más importante que el verdadero aprecio, al menos para Miss Bingley. El dinero no proporciona inteligencia ni buena educación en el caso de Lady Catherine de Bourgh, aunque la importancia de su posición la ciega no sólo a ella sino a todo el séquito del que se rodea y que asume sus dictámenes sin discusión.  La conversación es un arte complejo, al menos si se pretende hacerlo bien, y una inocente velada en Netherfield puede estar llena de trampas para poner en evidencia a la víctima contra la que van dirigidas. Hay que saber estar en su sitio sin pisar a nadie, y sin dejarse pisotear. Las primeras impresiones no siempre son fiables y las ofensas involuntarias pueden dar lugar a juicios sesgados. En ese caso cambiar de opinión es de sabios y corregir los errores una virtud.

En Orgullo y Prejuicio hay además romance del que estremece el corazón. La declaración de Mr. Darcy, en la que la violencia de sus sentimientos vence todas sus reticencias, es de las que te mantiene con el alma en vilo, sin respirar, mientras los ojos se clavan en las palabras y se oye su voz al grabarlas en la mente: "In vain have I struggled. It will not do. My feelings will not be repressed. You must allow me to tell you how ardently I admire and love you." No es el único romance de la novela, la dulce y encantadora Jane, también sufre con la incertidumbre de su propio enamoramiento. El amor debe vencer prejuicios, diferenciar orgullo y dignidad, triunfar con sensatez sobre la estupidez, la hipocresía, los malentendidos, las opiniones y las artimañas de todos aquellos que se creen con derecho a entrometerse. El lector supera los escollos, reclama impotente ante las injusticias, comparte la inquietud y la felicidad de los enamorados y abraza el libro al terminar mientras saborea el final.

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