lunes, 4 de febrero de 2013

Sobrinos

Es llamativa la personalidad de los bebés. Desde muy pequeños muestran grandes diferencias entre unos y otros. Ciclón era un trasto desde que abrió los ojos al nacer y no tardó demasiado en esmerarse en demostrarlo. Intentaba imitar todo lo que hacía su hermana, dos años mayor que ella pero mucho menos decidida, y en cuanto se le presentaba la oportunidad de superarla en algo la aprovechaba sin remordimiento alguno. A los 7 meses se aburrió de sus limitaciones y empezó a ponerse en pie, aunque por entonces aún tenía que agarrarse a la mesa para conseguirlo. A los 9 soltó la mesa y comenzó a andar sin apoyos, y ese fue el momento en el que se terminó cualquier atisbo de paz en casa de hermanísima. A los 10 meses corría como un tabardillo por el pasillo, generalmente después de cometer alguna fechoría (investigar lo que se escondía bajo la tierra de las macetas tras volcarlas y vaciarlas a conciencia, o bloquear el ordenador de cuñadísimo tras meter la tarjeta del canal plus en la disquetera para ver si aparecían sus dibujos favoritos en la pantalla). Al año de edad trepaba a los columpios a los que sobrinísima ni siquiera osaba acercarse y se tiraba por el tobogán más alto, sin miedo a descalabrarse, mientras su hermana mayor dudaba acobardada si subir o bajar, aferrada con fuerza al primer escalón. Enseguida descubrió cómo ganarse a los adultos con su graciosa zalamería, hermanísima fue su primera víctima, pero no la única. Se erigió en reina de la guardería, con carta blanca para campar por ella a sus anchas y disponer su voluntad con el beneplácito de sus arrobadas profesoras. Sobrinísima se resistía a su juego y muchas veces era presa de la desesperación al ver las artimañas a las que recurría Ciclón para salirse con la suya. Pese a sus choques, sobrinísima se beneficia del empuje de su hermana y ésta también ha aprendido algo de su estricto sentido del honor.

El supersobrino es un delicioso bebé hecho de pura ternura. Mira el mundo con la curiosidad de sus enormes ojos claros y cada vez que llega alguien a verle, se inclina hacia él para dejarse coger por los nuevos brazos. Una vez en ellos, apoya su manita en la cara del que le sostiene, y le toca con una caricia mimosa que le explora y le conquista sin remedio. Es cariñoso como él solo y disfruta dejándose querer. Puede haber veinte ansiosos a su alrededor dispuestos a achucharle que no se quejará. Al contrario, el crío simplemente sonreirá encantado, agitará los pies y los brazos con entusiasmo mientras le pasan de mano en mano y emitirá alegres gorgoritos que conseguirán contagiarnos a todos con su felicidad.

1 comentario:

Elvis dijo...

Q bonito el post y la ilustración, es increíble el parecido. Un beso fuerte