viernes, 8 de marzo de 2013

Del dicho al hecho

Mi cabeza está llena de buenos propósitos que, por desgracia, sólo viven allí. Sé que para realizar algo que depende sólo de uno hay que empezar por proponérselo. A diferencia de las cosas que vienen impuestas, que se improvisan sobre la marcha, o que uno se encuentra de sopetón, en estos casos se requiere pensar en ello, analizar la situación y elaborar un plan de acción.

Sin embargo, la intención sola no basta sino que además hay que esforzarse para llevar el hecho a cabo. Dentro del propósito original conviene incluir la idea de ponerse manos a la obra o es fácil que todo se quede en unas bonitas palabras, sin más, sin llegar a ningún lado. No se trata simplemente de imaginarse lo que se debe hacer. Tampoco es cuestión de asignárselo entonces a otro y considerar con eso que se ha cumplido, y vanagloriarse en ello. El mérito se gana cuando es uno mismo el que, además de proponérselo y proyectarlo, se ocupa de hacerlo.

Con demasiada frecuencia, al pensar en ello, me dejo llevar y viajo a un mundo de ilusión en el que me figuro que lo he conseguido. Es una sensación estupenda, una combinación de alegría y satisfacción, y también de superación. Es una lástima que tan sólo se trate de fantasía y que la mayor parte de mis buenas intenciones no pasen de ese estado. El propio blog está lleno de este tipo de ejemplos, y es incluso una muestra de ello. Poner las cosas por escrito no es lo mismo que ejecutarlas, aunque al menos, de este modo, se quedan registradas para tenerlas presentes a modo de recordatorio. Luego es cuestión de voluntad, decisión y esfuerzo. ¿Quién sabe si algún día...? Incluso a mí me suena a excusa, claro que este manifiesto es una fuente de argumentos para que los de mi alrededor me azucen a pasar a la acción.

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