jueves, 21 de marzo de 2013

Trajín matutino

Abro el armario por las mañanas: perchas con overbooking, que recorro una por una, y no veo nada. Me tengo que decidir porque una cosa está clara: no puedo salir de casa envuelta en una toalla. Repaso todo de nuevo. Miro bien cada vestido: rojos, verdes, azules, grises, negros, estampados, lisos, vaqueros, de seda, algodón y punto. Sí, lo confieso, dispongo de un amplio surtido. Me gustan todos los estilos. Son bonitos, elegantes y fáciles de poner, quitar y guardar en el hospital. No tengo que combinar y sirven para cualquier evento, es cuestión de complementos.

En otoño, invierno y primavera unas buenas medias con las que cubrir las piernas son una prenda esencial. Tengo un cajón ocupado por gurruños anudados entre los que nunca encuentro el adecuado. Saco unas, no, demasiado finas y me voy a congelar. Tiro de otras, ¡uff! tienen brillos, tampoco me van. Las siguientes son de un color similar al yodo, la luz de las tiendas engaña y el tono cambia. Prosigo la búsqueda. Salen las de compresión, muy útiles para el quirófano pero no para lucirlas. ¡Oh, sí! ¡Al fin! Pues no, esas tampoco, tienen una carrera que podría describirse como una pista de maratón ¿Para qué las guardé? Creo que para los pantalones ¿Es que llevo alguna vez medias bajo el pantalón? Se puede decir que no. No me acuerdo nunca de ellas hasta que me los he puesto. Para entonces no me los voy a quitar y opto por los calcetines. Definitivamente tendré que tirarlas en algún momento. Ahora no me sobra tiempo. Me apresuro a sacar otras. Las rotas las dejo fuera... y ahí se quedan. Se me olvidan y regresarán al cajón sin que me dé cuenta (las colocará allí la asistenta). Tras diez minutos de indecisión me acuerdo de haber comprado unas nuevas. Estrenar siempre está bien ¿Dónde las dejé? Aún siguen en la bolsa. Las encuentro, me las pruebo, me decido: son perfectas.

El paso siguiente es el del calzado. ¿Planos o con tacón? ¿Cuánto tendré que andar hoy? Hay días que camino por los pasillos a toda velocidad y aún así no doy abasto. De la consulta al quirófano y de éste hacia la urgencia, y de regreso al quirófano. ¡Vaya! Con esta cabeza mía, lo raro es que no se me olvide algo. Voy de nuevo a la consulta y retorno hacia el quirófano. Me paso un momento por el despacho. Al terminar la cirugía voy al hospital de día, a veces también a planta y puede que hasta a Pediatría. Me llaman de la consulta. Me esperan. Me apresuro. Meto las manos en el bolsillo y descubro alarmada que, con las prisas, mis llaves se han quedado en la taquilla. Me toca volver a por ellas. Hago ida y vuelta a paso de marcha para olimpiada. Salto por las escaleras y llego al fin a mi destino, aunque con la lengua fuera. ¿Por dónde iba? Aún no he salido de casa y ya suspiro cansada. Escogía unos zapatos que me permitan correr. Miro por la ventana para que las nubes decidan si salones, o si botas. ¡Me encantan estos! Me los calzo. ¡Horror! No me pegan con las medias. Se me presenta un dilema ¿Qué hago ahora? Los zapatos no se tocan. No me queda más remedio que... cambiarme de ropa.

4 comentarios:

señora dijo...

¡Uff, qué tensión!Lo que no sé es cómo con tanto dilema llegas todos los días puntual al trabajo. (Tendrás que explicarlo en otra entrada)

el tito Paco dijo...

Son unas preocupaciones cuya ausencia me preocupa. Me doy cuenta de que no me pasa nada de eso por la mañana.

Carmen dijo...

Con dos hijas, poca asistenta, los hijos de la vecina, el marido que sale a la misma hora y un armario enano (y un zapatero más enano todavía) te aseguro que no me da tiempo a tanta cosa jeje. Tiro de vaqueros, camiseta, chaqueta y botines y ¡A correr!

Escu dijo...

Ay, Sol, como me haces reír! Y lo mejor es que me veo igual que tu la mayoría de las mañanas. Pero si podemos con todo!