miércoles, 3 de abril de 2013

Aprensión

Hay quien nace con buena salud y también quien lo hace con una constitución delicada. Sin embargo también hay algunos, generalmente algunas, fuertes como robles, que aspiran a dar la frágil imagen de las tísicas del S. XIX (pobres mujeres que no pasaban de la treintena y que eran incapaces de cantar con esos pulmones, al contrario de lo que sugieren las múltiples óperas al respecto) y esperan despertar así la compasión de los que les rodean. Para lograrlo se quejan continuamente de sus males y dolores y viven en la amargura, sin ánimo ni humor. Buscan explotar el cariño y los cuidados del resto y lo que consiguen en realidad es que todos acaben hasta la coronilla de su inaguantable carácter y de las tonterías de su imaginación.

En la consulta resultan desesperantes. Son demandantes y no permiten razonar con ellos. Los argumentos lógicos chocan contra un muro de obcecación. No escuchan, no han ido allí para oír la opinión del médico sino para que el doctor escuche la suya. Con frecuencia no se dejan explorar siquiera y aseguran que la raíz de sus males está en las pruebas médicas a las que se les ha sometido (aunque éstas sean tan inocuas como el introducirles un simple depresor en la boca para mirar la garganta, por lo que se niegan a abrir la boca para ello). Eso sí, nadie como ellas a la hora de exigir exploraciones costosas e innecesarias, aunque sea preciso someterlas a una anestesia general que, por supuesto, les provocará toda una nueva sintomatología y penosos efectos secundarios.

Es cierto que están enfermas, sí, pero no de nada de lo que ellas creen. Son víctimas de sí mismas. Se puede pensar que resulta fácil catalogar a una persona como enferma de aprensión. Al contrario, este diagnóstico es de los más complejos ya que exige descartar cualquier otra patología física y, aún así, siempre hay que tener en cuenta todo lo que se desconoce o las presentaciones infrecuentes que se salen de las reglas estadísticas. A veces sí que existe algo de base, hay achaques de los que nadie se libra que suponen factores añadidos de confusión. Se puede intentar hacer algo con la mejor de las voluntades para darse de bruces con el siguiente problema: la paciente es reacia a seguir ningún tratamiento porque afirma que ha probado todos y que todos le sientan mal. Es una pena que a los médicos no nos enseñen a realizar milagros durante nuestra formación, supongo que es difícil encontrar un maestro de esa asignatura en la medicina occidental. El mejor sustituto es, precisamente, el psiquiatra pero ¡ay del que se le ocurra sugerir semejante idea!

Son enfermos que nunca salen contentos y que incluso pueden provocar un violento momento de tensión o una discusión en la que se pondrá a prueba hasta la última gota de resistencia del médico. Cuando al fin salen por la puerta, disgustados y con intención de no volver jamás porque no se les ha prestado toda la atención que requerían, no se puede evitar desear que ojalá cumplan su palabra. Para ellos el mejor refrán sin duda es el de: enemigo que huye, puente de plata. Sin embargo no se puede cantar victoria, no será esa su última visita: reincidirán con otro miembro del equipo hasta pasar por las manos de todos, reclamar en cada ocasión y acabar con la paciencia del servicio.

2 comentarios:

Carol dijo...

Muy acertado.... En mi caso hay padres empeñados en ver a sus hijos miles de males...

Carmen dijo...

En el mío hay padres incapaces de ver las limitaciones de sus hijos. Siempre la culpa es de personas incompetentes: profesores, orientadores, psicólogos...