lunes, 29 de abril de 2013

Avaricia de poder

Las aspiraciones por una mejor calidad de vida han impulsado el desarrollo tecnólogico y social del ser humano. La estabilidad no es por tanto algo valorado de manera innata por el hombre sino que éste, de forma natural, siempre quiere más. El problema surge cuando el propio beneficio interfiere con el bienestar de su entorno. La obsesión por tener más y más les hace perder toda perspectiva. Se entra en un círculo vicioso en el que nunca se ven hartos. Centran su felicidad en sus posesiones, no en disfrutar de ellas. Desean ser los dueños del mundo.

Sin embargo, si los insatisfechos se fijaran en los menos favorecidos, en lugar de usar su rasero comparativo para ver lo que les falta y no lo que ya tienen, deberían de sentirse afortunados por su privilegiada situación. Posiblemente este conformismo no induzca al progreso de la sociedad. Las revoluciones se han producido en épocas de crisis en las que, la violenta exaltación del pueblo, ha sido el detonante del cambio. El egoísmo de las clases acomodadas ha redundado en su perjuicio e incitado aún más la crispación de los desfavorecidos.

Como siempre, en lugar de aprender de la historia, los poderosos buscan el placer y el enriquecimiento propio, aunque desgraciadamente no el que supone crecer como personas. Incapaces de aplicarse el cuento y autosacrificarse, sacrifican aún más a los que ya tienen exprimidos. Creen que la elasticidad es infinita, pero han equivocado el término al que aplicarle el adjetivo. Infinita es su propia estupidez. El egoísmo provoca rigidez, falta de flexibilidad. Al tensar y retensar, sin dar nada del otro cabo para compensar, la cuerda se romperá.

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