sábado, 20 de abril de 2013

Cuestión de sexo

Mientras las limpiadoras dejan el quirófano inmaculado entre una faena y otra, me acerco a saludar a mi siguiente víctima que espera su turno en el antequirófano. No le conozco, fue mi jefe el que le atendió en consulta, y lo cortés es presentarme antes de hacerle sangre.
- Buenos días. Soy su doctora. 
No es difícil darse cuenta de que el hombre está algo nervioso. Confirmo todos sus datos, su nombre lleno de consonantes de Europa del este, las alergias, las ayunas y demás requisitos para evitar errores. 
- Sé que le vio mi jefe en la consulta pero hoy está ocupado por lo que, si no tiene inconveniente, le operaré yo. 
- Preferiría que mi cirujano fuese un hombre - solicita el paciente. 
¡Qué mala suerte ha tenido el pobre! Ese día el quirófano es un harem. Anestesista, enfermeras, auxiliares y celadora, somos todas féminas. ¡Y eso que en la consulta le tocó uno de los dos miembros de la sección masculina del servicio!
- Lo siento, la cosa está difícil, - le explico con mi mejor sonrisa, - salvo que desee marcharse y probar suerte otro día. Aún está a tiempo.
- ¡No, no! ¡Por favor, no se lo tome a mal! ¡Lo he dicho sin pensar! - se disculpa azorado. 
Sinceramente no me lo he tomado a mal, simplemente me parece una ridícula cuestión cultural que es mejor tratar con sorna. Sucede con relativa frecuencia que tras explorar, diagnosticar, recomendar y explicar un tratamiento a un enfermo, éste le da las gracias al residente (varón) sentado a mi lado que no ha abierto la boca durante la entrevista. No es cuestión de hacer un mundo de una estupidez, pero si se le puede sacar un poco de punta...
- No se preocupe, no me ha molestado. Además, así le doy con más ganas los martillazos necesarios a su nariz (es un tabique nasal, cosa que me encanta operar. Golpear en el cincel para tallar y rebajar relieves es muy relajante. Comprendo totalmente a los aficionados al bricolaje).
Seguro que el paciente se ha quedado mucho más tranquilo tras oír mis palabras. Le pasan al quirófano donde le espero, transformada en el sangriento Dr. Hyde y dispuesta a la batalla. Mis armas: el bisturí, el martillo y el escoplo. Creo que tengo las de ganar. 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja,que recuerdos me trae tu entrada de hoy!!!
Y aún era peor cuando no teníamos canas ni patas de gallo...hoy dia tengo la suerte d e operar siempre a mis pacientes, pero hace años....me tube que morder la lengua más de una vez como tu
Besos.Eres un Sol
Marta

https://javiercomas.blogspot.com dijo...

A mi me pasa lo contrario soy "EL" auxiliar y acaban llamándome doctor y agradeciendome el trabajo (abrir las bolsas del material esteril), aunque la Doctora, por ejemplo les ponga la anestesia, les haga la punción lumbar, les dé el diágnóstico y el alta, y cuando estaba en Maternidad era el "pediatra" que cambiaba el pañal del bebé.

Manolo Torres dijo...

Ya de por sí, me horrorizan los quirófanos, pero leyendo tu relato, la verdad es que no me gustaría estar en el pellejo del enfermo. Magnífica la narración que haces. saludos, manolo.

Yo misma dijo...

Lo que me he reído! Muchas gracias por compartir y contar así tus historias. Besos. Vemmdy