martes, 30 de abril de 2013

Madrugar

La noche- Gabriel Ferrier
Me despierto. Está oscuro. No es sólo debido a la persiana. Aún no ha amanecido. La negrura más profunda de la noche ya no es tal. Ha clareado y se transparentan los primeros matices azules. Es muy temprano. Cierro los ojos para atrapar el sueño de nuevo. Imposible. No hay ni rastro. En su lugar la cabeza me bulle. Repaso los planes del día, que se agolpan uno tras otro en mi cerebro y me empujan a levantarme. Otras veces es el impulso de una nueva historia que se traslada de la esfera de los sueños a la realidad. Me dejo llevar por su magia inquietante. Es un instante frágil y fugaz que no siempre se deja atrapar. No puedo evitar que huya si así lo decide. A veces regresa, aunque en otras tan sólo deja el trazo de su paso en la mente o de unas palabras inacabadas que esperan a ser reanudadas. Es durante esos últimos coletazos de la noche cuando ese sentimiento adquiere mayor fuerza. Justo antes de que la luz aclare el cielo y lo tiña de amanecer, en el silencio del mundo dormido, el tiempo se ralentiza y el instante se prolonga.

No siempre sucede así, pero cuando ocurre es el mejor estímulo imaginable. Se borra el cansancio. El mundo de los sueños pasa al plano de la consciencia, paralelo a la realidad, y provoca una misteriosa euforia. Se es partícipe de un hermoso y secreto tesoro que permite visitar ese mundo mágico.

"¡Qué madrugadora eres!"
¿Cómo no me va a gustar madrugar?

1 comentario:

Manuel Márquez dijo...

Hola, Sol Elarien, buenos días; no me suele resultar muy grato madrugar (aunque, afortunadamente, no me queda otro remedio la mayor parte de los días), pero la cuestión es que me he visto muy reflejado en algunas de las sensaciones que transmites en tu (por cierto, precioso) texto...

Un abrazo y buena mañana.