domingo, 5 de mayo de 2013

Hermamísima

Tras el accidentado parto de sobrinísima, hermanísima se convirtió en hermamísima. Una de las cosas que la pobre siempre cuenta en relación a esa experiencia es que el parto y su estancia en el hospital le hicieron perder todo tipo de pudor. No sólo el dolor del primero influyó en que mientras estaba así ocupada le importase poco o nada las casi continuas exploraciones para evaluar el progreso del nacimientos, sino que en el postparto, en habitación compartida, se encontró sometida al examen periódico de sus partes íntimas  apenas protegida por una cortina y desvestida con un camisón abierto por la espalda, al que le faltaban varias de las cintas necesarias para cerrarlo mínimamente. Con ese camisón debía recorrer los pasillos del edificio de la Maternidad, coger el ascensor y pasar a la zona de Pediatría, para poder visitar al bebé sometido a vigilancia. Toda una excursión para una dolorida primípara con una amplia herida tras la manipulación con las espátulas del parto. A veces conseguíamos una silla para conducirla hasta allí, pero no siempre había alguna disponible y, en esos casos, el instinto maternal arrastraba a la madre hasta la cuna de su hija. El inicio de la lactancia, rodeada por un corro de testigos y opiniones, fue otro factor en contra de su intimidad.

Llegó el alta. Hermanísima siempre compara el momento de irse a casa con el de la salida del hospital de las famosas. Por desgracia, aunque no le faltaron visitas, entre ellas no se contó la de su estilista personal por lo que cuando cuñadísimo fue a por el coche, hermanísima le esperaba cansada y ojerosa, no le había dado tiempo a maquillarse antes de tener que ocuparse de su hija, ni tampoco a secarse el pelo tras el rápido lavado. Llevaba un vestido premamá, que se le había quedado demasiado amplio tras el parto. Los puntos le tiraban, el pecho, cargado de leche a cada llanto de sobrinísima, le reventaba y los bultos de las bolsas de pañales, la maleta con sus cosas y las de la chiquilla, la sillita, los aparatosos regalos y algunos ramos de flores la rodeaban mientras ella buscaba el mejor modo de sostener a la niña entre aquella parafernalia. El agobio de su nuevo papel, la tormenta de hormonas que acompaña el cambio del embarazo por el del puerperio, la falta de sueño y el dolor no le ayudaban a despejar su cabeza y organizar sus ideas. Se acordó de las modelos, tan sonrientes, estilizadas y compuestas; justo igual que ella en esos instantes. Se acordó también de todos aquellos que le habían asegurado que no había nada comparable a tener un hijo (aunque, pensándolo bien, decidió que tenían razón).

No hay comentarios: