jueves, 2 de mayo de 2013

Sin lienzo

Ha empezado a chispear. Las gotas son tan finas que al romperse contra el parabrisas han salpicado la escena con un pincel puntillista. La luz que se refracta en las motas de agua las transforma en una lente que altera la visión. Las líneas se hacen fluidas, los tonos se matizan bajo una capa de grises, los contornos se desdibujan y, según la lluvia arrecia, el cuadro se oscurece y brilla hasta disolverse en un sueño surrealista.

Otros días el paisaje está lleno de contrastes: un fondo liso de azul cielo con manchas rojas de ladrillos caldeados por el sol sobre las copas verdinegras de los árboles del parque. En el suelo yace el verde diferente de la hierba y el ocre amarillento de los caminos de tierra. Colores primarios, vibrantes que se combinan sin mezclarse, formas planas, superpuestas, propias de una primavera fauvista.

En la nitidez de las primeras horas de la tarde las formas geométricas de los edificios se recortan en el espacio de un cuadro cubista. Balcones rectangulares y ventanas cuadradas que reflejan en sus cristales los bloques del otro lado. Imágenes que se rompen en triángulos asimétricos de hojas y postigos entreabiertos. Aristas quebradas, paredes que se alzan sobre polígonos de sombras partidas con líneas de farolas, de aceras y carreteras.

En el horizonte las franjas marcadas del principio y del final del día comparten la fuerza de una obra expresionista. Luces y contraluces de pinceladas esbozadas en un trazo decidido, de límites precisos en figuras sin detallar. Bordes ondulantes y cambiantes, que se acercan y se alejan y que subrayan la conmoción del paso efímero del tiempo.

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