martes, 23 de julio de 2013

Inseguridades

Las inseguridades son esas lacras con las que cargamos y que nos impiden hacer cosas que deseamos, sencillamente porque no nos atrevemos. No opinamos por miedo a decir una tontería, no contestamos a una pregunta que pensamos que tiene trampa, aunque no sea así, por no parecer ignorantes, no nos ponemos tal o cual ropa porque nos acompleja una determinada parte de nuestro cuerpo. Nos convencemos de que los demás nos juzgan continuamente y nos sometemos a ese juicio con el estigma de culpabilidad marcado en la mirada, aunque no sepamos de qué se nos acusa.

La inseguridad va de la mano del  miedo. A veces se toma como timidez pero en realidad es cobardía. Es un miedo basado fundamentalmente en dos temores: el de no ser aceptado dentro del grupo, que hace que nos retraigamos dentro de nuestro cascarón, y el de equivocarse y hacer el ridículo, y que se rían de uno. El problema no es el qué dirán, sino lo que pensamos que pueden decir, y que nos decimos por los demás, con o sin razón. El problema de la inseguridad radica en que los que tenemos problemas para aceptarnos somos nosotros mismos. Durante una época de nuestras vidas deseamos ser otros, escogemos un modelo con el que nos comparamos y al que tratamos de parecernos. Es lógico que se fracase en el intento: se puede imitar a alguien pero no convertirse en él. Supongo que nuestros modelos también tendrán sus inseguridades pero no las muestran, o no las percibimos. Por el contrario, su actitud provoca la impresión de que han nacidos satisfechos dentro de su pellejo.

Afortunadamente la inseguridad va asociada a la inmadurez por lo que es una de esas cosas que se pierde con los años (no todo iba a ser deterioro). Durante la adolescencia y la juventud, al igual que las hormonas y el físico, está en pleno apogeo. Se dice que el mundo es de los jóvenes pero hay pocos jóvenes que se arriesguen a comerse el mundo. Les falta el arrojo que da la autoconfianza para lanzarse a ello. Según el físico decae, paradójicamente, también lo hace la inseguridad. Nos importa menos lo que piense el resto. No sé si es un mecanismo de defensa asociado al deslustre de la madurez porque, claramente, aunque mentalmente estemos mejor, físicamente sucede lo contrario. Sin embargo ahí estamos a los 40, defendiendo a capa y espada que, al igual que el buen vino, mejoramos con los años.  No sé si es que nos hemos habituado a convivir con nosotros y realzamos nuestras virtudes con orgullo y asumimos nuestros defectos, con aire de inevitabilidad, para aceptarnos con todo el paquete.

El trayecto que ya hemos avanzado nos marca una ruta por la que nos sentimos seguros. Somos animales de costumbres y trillamos el camino hasta convertirlo en rutina, en ocasiones hasta llegar a la monotonía. El problema sobreviene cuando nos tenemos que salir de ella hacia lo desconocido ¿Recuperamos entonces nuestra vieja inseguridad? En parte sí, pero la experiencia nos da un arma a la que aferrarnos. Nos apoyamos en  que nos sabemos capaces de superarnos, porque ya lo hemos hecho antes, y nos enfrentamos con más facilidad a la posible opinión del mundo porque albergamos sólo dudas razonables sobre la propia.

1 comentario:

Elvis dijo...

A veces ese silencio o esa falta de decir algo se debe a la confianza extrema en el conocimiento de los que nos rodean. En más de una ocasión no he explicado alguna cosa considerando que las personas con las que estaban lo sabían igual o mejor que yo y por tanto era innecesario. A veces me he equivocado.....