jueves, 22 de agosto de 2013

Cursi

Escribir me permite dar rienda suelta a mi idealismo, a mi romanticismo, y me hace evadirme a un rincón de mi fantasía en el que todo tiene un final feliz, y no sólo un final, sino que esa cualidad es algo que comparten la concepción y el desarrollo. Me resguardo en mi escondrijo durante un rato, allí me siento protegida y me abstraigo de los problemas, igual que cuando me meto en un libro que me gusta. Se maquilla la realidad, se resaltan sus mejores rasgos y  se camuflan sus defectos. A veces la realidad necesita un disfraz, y ese sólo se encuentra en la imaginación. Mi gran ventaja es que la felicidad me entusiasma de tal modo que con sólo escribir sobre ella me siento feliz.

Hablar no permite las mismas licencias que la escritura, no es conveniente distraerse, aunque en ocasiones es inevitable, sino que se debe permanecer en contacto directo con la cruda realidad. A veces, tras leer algo, oigo hablar a su autor y descubro que es capaz de hablar igual que escribe. No me refiero a aquellos que no saben ni hablar ni escribir, sino a los que son tanto buenos conversadores como escritores y se expresan con propiedad en ambos casos. Es evidente que no pertenezco a este grupo, si mi conversación se pareciese en algo a mis escritos sería una cursi inaguantable. No podría abrir la boca sin empalagar a los demás. Sustituyo palabras por entonación: seca ante un choque o cuando se trata de cortar algo desagradable, interrogante si tengo dudas, seria cuando sucede algo importante, mal fingido interés si me aburre (sin conseguir engañar a nadie) o entusiasta cuando estoy delante de algo que me hace ilusión (aunque me convenga disimular). Tengo tendencia a hablar de más y desearía ser capaz de resistir callada, cuanto más callada, mejor. Hablar de más no es un rasgo de inteligencia, al contrario, sin embargo sí que lo es el saber escuchar a los demás (aunque muchos no piensan lo que dicen y mi paciencia para las tonterías es limitada, pero también así se aprende algo, aunque sólo sea estoicismo).

Es cierto que soy algo cursi en el sentido de que mi voz es infantil, me gustan las cosas bonitas, las historias románticas y los vestidos de aire clásico. Eso no significa que vaya por la vida cubierta de lazos y vestida de rosa, aunque confieso que era mi color favorito cuando era pequeña. Por aquel entonces aunque deseara que incluso mis dientes, tras la visita del ratoncito Pérez,  me salieran de color rosa, resultaba bastante menos cursi que ahora, aunque puede que eso sólo se debiese a la continua comparación con mi presumida hermanísima. Antoñita la fantástica fue el mote que le asignó mi profesora del colegio, la mía que no la suya, lo que también da idea del tiempo que aquella lapa se pasaba pegada a mí, aunque dada mi extrema sociabilidad no termino de comprender semejante apego. Quizás pretendiera reformarme. Ante esa respuesta me pregunto: ¿qué habría sido de mí sin ella? (y he percibido el escalofrío que recorría algunas espaldas).

1 comentario:

Elvis dijo...

Creo que es una moneda de doble cara.... sin pensar en lo que habría sido de las sobrinas sin su tita médico!