lunes, 12 de agosto de 2013

La rueca

Laura Ellen Anderson
No soy una bruja pero, por culpa de una, estoy condenada a arder en la hoguera. No deseo resignarme a mi suerte de ser destruida por el fuego. Mi única culpa es la de ser una rueca maldita, mi único crimen: hilar las fibras más bastas hasta convertirlas en ovillos de hebras suaves y finas.

Me siento impotente. No puedo moverme, no puedo esconderme. Estoy en un rincón de la habitación al lado de una ventana. Para mi labor necesito la luz que ahora me delata. Mi rueda gira, su sonido es un grito de ayuda.

Una sombra se yergue en el suelo. Es un hombrecillo diminuto aunque su tamaño es lo de menos porque su rostro da miedo. Mi eje tiembla ¿vienen ya a por mí?

El enano se acerca, apoya sus dedos en mi rueda hasta detenerla.
- Shhh. No hagas ruido. Soy Rumpelstinskin. Puedo salvarte si accedes a hacer lo que te pido.
Obedezco, no emito ni un gemido. Espero que comprenda que, con mi silencio, consiento a sus deseos.
- Lo primero es una prueba. Has de transformar esta brizna de paja en un hilo de oro.
Su mano coloca la brizna en la madeja y hace rotar la rueda a una velocidad vertiginosa. Siento un dolor punzante en cada articulación. Me inflamo. Saltan chispas. Me enciendo sin fuego mas no me atrevo a parar mi mecánica enloquecida ¿Quién sabe que podría pasarme si frenase bruscamente? Espero hasta que la inercia cede.
- Perfecto, veo que eres resistente - declara mi torturador satisfecho.

El escenario cambia. La habitación se asemeja a un establo lleno a reventar de paja y una hermosa joven llora a mi lado. Sin ánimo carga la paja e impulsa la rueda. Mi tormento da comienzo: días y noches sin cesar de hilar a un ritmo desenfrenado. Al terminar el enano aparece.
- ¿Cuál es mi nombre?- le pregunta a la joven.
¿Si no sabe la respuesta tendrá que hilar paja en oro toda la eternidad? No me puedo contener y rompo mi silencio. El crujido de mis juntas al rotar repiten las sílabas sin control. Rumpelstinskin-Rumpelstinskin-Rumpelstinskin. Noto la furia de un golpe que me enmudece. Mi eje se rompe en un chasquido. Me consuela saber que he quedado inservible para trabajar.

No sé el tiempo que llevo en este desván, cubierta por telarañas y con madejas de polvo. Estoy tan rígida que incluso su roce me duele. No puedo soportar los pasos que se acercan y hacen retumbar el suelo. El aire se agita y siento el contacto de una mano sobre el huso. Me estremezco y cae sobre mí una gota de sangre. Se cuela por mis engranajes, los lubrica y los libera. Coagula mis fracturas.

Sin el yugo del dolor puedo prestar atención a lo que sucede a mi alrededor. Descubro que estoy igual que al principio, la única diferencia es que ahora sí que soy culpable del crimen al que estaba condenada en razón del sortilegio. El hechizo se ha cumplido. He sido el instrumento y mi castigo es morir en la hoguera. Me sacan al patio. Siento el calor del fuego cada vez más próximo. Acepto mi destino, sé que es el final.

Antes de tocar las llamas el sueño me asalta. Un sueño pesado que se extiende e invade todo el castillo, lo conquista sin encontrar resistencia y se adueña de cada habitante y de cada piedra.

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