miércoles, 25 de septiembre de 2013

Otras historias de la residencia

Las residencias ofrecen diversas opciones de entretenimiento: mañanas de clases y pasatiempos para fomentar la memoria, sesiones de rehabilitación o gimnasia y, una vez a la semana, la función de los Volan (voluntarios animadores que se esfuerzan, con mucho mérito, por entretener a los residentes: cantan romances y canciones antiguas, con la ayuda de un micrófono destartalado con el fin de que incluso los sordos disfruten de su ejecución, y sacan a los abuelos a bailar pasodobles, aunque sean pocos los que aún son capaces de perpetrar algún tipo de paso). No obstante la realidad es que semejantes pasatiempos apenas bastan para combatir el aburrimiento durante un rato. Para sus inquilinos lo fundamental son las visitas, tanto propias como ajenas. Los días en los que voy a ver a mi abuela no me limito exclusivamente a ella. Mientras recorro los pasillos hasta encontrarla, me cruzo con una serie de abuelitas (hay pocos abuelos) deseosas de orientarme, aunque no sepan de quién soy nieta.

Nuestra puesta al día no varía demasiado de una semana a la otra Me muestra en su libreta el recuento de prendas desaparecidas en la lavandería y me describe los últimos desaguisados del cocinero. Tras el intercambio de noticias solemos jugar al dominó, a veces solas las dos y otras con mi padre, mi madre o mi padrino. No pasa un sólo sábado sin que algún residente se acerque a la mesa en la que estamos sentadas y muestre interés por nosotras. A todos les parezco "muy jovencita" (lógico, me sacan medio siglo de ventaja). En ocasiones se suman a la partida (y me machacan sin piedad pese a mi "corta edad").

Otros días cambiamos el dominó por la tertulia y la conversación se centra en la vida de estas nuevas conocidas. Socializar es, con diferencia, la actividad principal del lugar y dado que el presente de todas es similar. Tras comentar lo mala que está la comida y descubrir que hay acuerdo en ello, se recurre al pasado. Aprovechan para desahogarse y relatan los peores trances a los que han sobrevivido. Muchas de las historias son sobrecogedores, sucesos de esos que sabes que existen pero que relegas a un rincón de la mente para no pensar en ello. No te planteas que un día conocerás a alguien que haya sufrido una de esas horribles experiencias. El caso que, sin duda, más me ha impresionado es el de una mujer a la que le robaron su hijo en la clínica, nada más nacer. Se lo enseñaron, las monjas se lo llevaron con la excusa de lavarlo y vestirlo, y no volvió a verlo. Ni denuncias, ni detectives ni ninguna de las medidas que tomaron les sirvieron para descubrir ni media pista sobre su paradero. 50 años después es la espina que aún tiene clavada y a mí, en mi impotencia, me dan ganas de rebelarme y machacar a los mafiosos desalmados responsables de aquel miserable crimen.

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