miércoles, 23 de octubre de 2013

En clave de Sol

Carezco de talento para la música, me habría encantado que fuese de otro modo pero debo aceptar lo que hay. Tengo compasión de la humanidad y, salvo el cumpleaños feliz, no canto cuando hay alguien presente.

Mis primas tocaban el piano y yo deseaba imitarlas. Todo lo relacionado con aquel instrumento me resultaba precioso, desde la banqueta especial tapizada en terciopelo en la que había que sentarse, el momento de levantar la tapa y descubrir las teclas blancas y negras, como si siempre exhibiese una gran sonrisa, y el acariciar su superficie suave y lisa. Ver las manos moverse mientras los dedos recorrían con precisión el teclado era algo hipnótico.

Siempre me ha fascinado la capacidad de algunos de tocar "de oído". ¿Cómo lo hacen? ¿Tienen un oído especial, diferente al mío? Sin duda el suyo funciona mucho mejor que el de mi infancia. Los mocos no abandonaron jamás mi vía aérea en mis primeros 7 años de vida. Los tenía tan arraigados que formaban parte incluso de mi oído medio. No es que entonces supiese que ese era el motivo por el que era incapaz de comprender los susurros con los que mis amigas me revelaban sus secretos, y que sólo conseguía descifrar si leía los labios de mi interlocutor. Si no era así, el secreto seguía siendo tal y yo continuaba en mi ignorancia. No sé si esta ocupación afectó en algo el desarrollo de mi vía auditiva o si mi incapacidad para discriminar sonidos (y también para reproducirlos) era algo innato e inasequible a la práctica.

Mis primeras clases de música las recibí en el colegio de Valladolid. Con la ayuda de una flauta aprendimos las notas y tocábamos alguna cancioncilla. También tratábamos de sacar otras piezas de oído, aunque esto era algo que hacíamos en casa y no sé si el motivo por el que mis padres trabajaban fuera hasta bien entrada la tarde, e incluso la noche. Mi mejor amiga iba a hacer las pruebas de acceso al conservatorio y me presenté con ella. ¿De verdad había diferencias entre las notas del dictado? Debía de ser que sí porque no pasé el corte (cosa que sí consiguió mi amiga).

Un verano en Linares fui, junto con mis primas, a las clases de su profesora de música. Me gustaba la teoría de la música y la práctica del piano (a base de escalas que repetía sin cesar para coger soltura). Creo que ese año mi familia valoró las ventajas de tenerme entretenida con un libro y bien lejos de cualquier instrumento musical.

Al mudarnos a Madrid comencé a ir a una academia. Los profesores eran cubanos y debían de haber aprendido su pedagogía del hijo de Fidel Castro con la Srta. Rottenmeier. Me apunté a ballet, solfeo y guitarra (mis padres descartaron el piano y, no sé por qué, pensaron que la guitarra era una buena alternativa. Se demostró que estaban equivocados. Si me salían ampollas en las manos al coger la escoba os podéis imaginar lo idóneo de las yemas de mis dedos para presionar las cuerdas). Tenía clases de solfeo el sábado por la mañana, desde primera hora. Les dejaba a todos en sus camas y me marchaba a la academia. Insistían en la puntualidad por lo que a veces llegaba incluso antes de que abriesen. Recuerdo un día en el que me levanté con dolor de garganta. Me fui a clase convencida de que se me pasaría. El dolor empeoró al avanzar la mañana y se lo comenté a la profesora. Toda comprensiva me dijo que dejará de quejarme y que solfease. Aguanté en mi sitió hasta el final. Cuando terminé no me marché sino que me quedé para mi clase de ballet (que era donde disfrutaba). Llegué a casa al mediodía. Mi madre me miró la garganta, me puso el termómetro y me mandó a la cama con fiebre y mis hermosas anginas bien inflamadas.

Lo que más temía eran las clases de entonación. Me maravillaba la gente que cogía el libro y cantaba la obra. Aunque reconociera las notas en sus líneas del pentagrama, lo de reproducir su sonido era otro cantar, y nunca mejor dicho. No tuve más remedio que, en casa, tocarlas con la flauta y aprenderme todas las partituras de memoria, junto con su melodía correspondiente, para salir del paso en aquella asignatura. Aún me acuerdo de algunas de ellas pero sigo sin saber cómo suena cada nota escrita.  ¿Que cómo aprobé primero de solfeo? Es un misterio.

1 comentario:

Señora dijo...

Solo puedo decirte que te acompaño en el sentimiento...... de frustración, claro. Siempre he sentido una gran atracción por la música y el canto y los fracasos que tú cuentas son parejos a los que también viví en mi infancia. En mi primer año de Instituto se creó un coro y allá que me apunté yo, tan optimista. Recuerdo que estaba en uno de los lados de la agrupación y nos dieron una canción para ensayarla; cuando marcaron la pauta y hubo que empezar, de mi garganta salieron unos sonidos tan desacordes que todos los de alrededor me fulminaron con su mirada. Ya no volví a abrir la boca ni por supuesto a aparecer por algún ensayo más.