martes, 17 de diciembre de 2013

Noche de invierno

Es noche cerrada. No veo la luna y han pasado muchas horas desde que se puso el sol. Leo al lado de la chimenea. Tengo frío, el fuego se apaga y apenas quedan unas ascuas. Tampoco hay leña y no pienso salir a por más. La lumbre tendrá que esperar a mañana. Estoy cansada. Me adormezco, mi cabeza se inclina sobre las páginas. Sé que debería irme a la cama, en realidad hace rato que tendría que estar dormida bajo las mantas. Abro los ojos, ¿cuándo se han cerrado? No puedo fijar la mirada, las letras me bailan. Me resisto a subir al dormitorio. No es por la oscuridad, no, sino por la claridad. La siento ahí, en la escalera, un halo que me espera en la soledad del descansillo. Es peor si enciendo la luz. La lámpara borra las tinieblas pero no a ella. Los juegos de sombras en la oscuridad dan miedo pero el resplandor bajo la luz aterra.

Sé que tengo que subir. Aunque apriete los párpados la veo. Procuro no hacer ruido, a lo mejor no se da cuenta. Sigilosa, de puntillas, sin respirar, pongo el pie en el escalón hasta que no hay más y el suelo se aplana. Giro el recodo. Avanzo por el pasillo. No, no la he despistado. Me sigue. ¿Por qué? ¡Qué pregunta! Prefiero no saberlo.

Llego a la puerta de la habitación, camino a tientas hacia la cama. Retiro el embozo y me meto entre las sábanas. ¡Están heladas! Tiemblo, los dientes me castañetean. La veo agitarse tras la persiana, en la corriente que entra por la ventana. A pesar del frío no seré yo la que se levante a cerrarla. No será la primera mañana en la que, al levantarme, descubra escarcha helada en las cortinas y restos de nieve sobre la tarima.

1 comentario:

Manuel Márquez dijo...

Hola, Sol, buenos días; ese puntito paranormal me resulta novedoso, y no me lo esperaba, no. Pero el relato te ha quedado convincente: eriza el vellillo del brazo...

Un abrazo y hasta pronto.