martes, 21 de enero de 2014

Un discreto baño de mar

Impotente, contemplé como toda mi ropa cabalgaba sobre las olas. Fue en ese momento cuando empecé a dudar si bañarme desnuda en el mar había sido una buena idea. Había oído a tanta gente ensalzar sus bondades que, finalmente, la curiosidad pudo más que mis remilgos y decidí probarlo.

Tomé todas las precauciones para que esa experiencia fuese un acto íntimo y discreto, pretendía mantenerlo en secreto. Aproveché el momento previo al amanecer de un día laborable, cuando la media luz aún no permite distinguir los colores. El mar estaba un poco picado pero lo prefería así, las olas mantendrían al resto del mundo alejado de la playa. Soy pudorosa y una cosa era superar mi vergüenza para bañarme desnuda, a solas, y otra, muy distinta, enfrentarme al público.

Me alejé de las casas. Ni siquiera desde las ventanas quería testigos de mi proeza. Me desnudé en la orilla, agazapada tras unas rocas y dejé sobre ellas mi escasa ropa. Estaba tan pendiente de cerciorarme de que no hubiese gente en las inmediaciones que ni me acordé de que la marea tiene la mala costumbre de subir regularmente.

Avancé hasta notar el frescor del agua a la altura del cuello. El mar me vestía, era una capa que me protegía. La corriente rompía contra mí, me envolvía en lazos que se deshacían al formarse y ablandaban mis músculos con su masaje. La arena limaba mi piel, incluso a veces me mordisqueaba como si deseara meterse debajo de ella. Era un baño suave, profundo y vivificante. Me demoré más de la cuenta. ¡Podría repetirlo a diario!

Las yemas de mis dedos estaban arrugadas. El amanecer ya no era gris, ni siquiera amatista y rosa, sino azul, de sol radiante y mar brillante. Definitivamente era hora de salir. Busqué las rocas. No había ni rastro de ellas, ni tampoco de mi ropa. Me debía de haber alejado más de lo que suponía. Miré a mi alrededor para tomar referencias. Fue entonces cuando descubrí una mancha roja sobre el agua. Se me encogió el corazón al identificarlo. No, no era sangre sino algo mucho peor: ¡mi pareo!

La marea alta me ofrecía la ventaja de tener que atravesar menos playa. Aún estaba desierta pero eso no era ningún consuelo, sólo significaba que ni siquiera podía hacerme con una toalla prestada. Tendría que meterme en el pueblo disfrazada con el traje nuevo del emperador. Ganaría popularidad.

Mis cabellos no son los de Lady Godiva y, aunque los estiré todo lo que dieron de sí, no me cubrían más allá de las clavículas. No es que tenga mucho que tapar pero los brazos y las manos eran insuficientes. ¡Si al menos hubiese un kiosko! Diseñé un vestido de periódicos que, lamentablemente, no tuve oportunidad de trasladar a la práctica.

Sólo a mí se me ocurre hacer experimentos en un día laborable. ¿Es que todo el mundo sale a trabajar a la misma hora? Confirmé que así era y que, a pesar sus caras de recién levantados, ninguno tenía los ojos pegados sino que todos eran capaces de abrirlos como platos. Sonreí y les di los buenos días, con la cabeza, sin mover las manos. Nunca hay que perder las buenas maneras.

Al fin estaba en casa. Al parecer los vecinos comparten horario con el resto del pueblo y coinciden en el ascensor. Ninguno preguntó y tampoco creí preciso dar explicaciones. No llamé al timbre, sólo unos tímidos golpes en la puerta y crucé los dedos. Tuve suerte, fue mi hermana la que me abrió. Antes de que nadie más me viera me prestó una maxi-camiseta.

Jamás he vuelto a estar tan solicitada como ese verano. Nunca he salido menos y leído más

3 comentarios:

Señora dijo...

Por el momento, imposible que algo así pueda ocurrirle a la del santo. ¡Madre mía, lo que se tapa!

Carmen dijo...

Eso mismo ha dicho ella. Ha sido lo primero que me ha comentado: ¡Muy bonito el cuento de la tita pero no tiene nada que ver conmigo! Ya sabes como es, ayer vimos con ellas una película sobre adolescentes que tenía alguna cosilla un poco más subida de tono pero lo normal. Ella ya nos dijo: "La veo porque no ponéis otra cosa pero que sepáis que no me gusta nada". Yo no sé a quién ha salido esta niña tan mojigata ¡Miedo me da cuando se lance!

Pacuelo dijo...

¡Lanzarse dóndeeee! Ella va a venirse a vivir con su tío y a leerse "Los papeles postumos de club Pickwick", qué mejor plan.
Besosss