sábado, 12 de abril de 2014

El ciprés

El ciprés desea ser abeto, mas no se atreve a extender sus ramas. Las mantiene recogidas, resguardadas, pegadas como un escudo contra su cuerpo erguido. Se estira hacia el cielo, con su forma de lanza, e intenta rozar las nubes con su punta afilada. Fantasea sobre lo qué ocurrirá el día que las alcance. Con su vértice arañaría su vientre y la nube se desgarraría en su avance. Los jirones se engancharían a su copa y el viento forcejearía para recuperar los fragmentos prendidos a sus agujas. Tiraría de los pedazos y, en cada asalto, sacudiría sus ramas, las zarandearía con saña hasta desplegarlas. En una danza imposible, el ciprés giraría en medio de un remolino de nubes deshechas y, entre vueltas y más vueltas, sus ramas dejarían de ser ramas para convertirse en alas. En ese momento la corriente se colaría entre las capas y un soplo de aire lamería su tronco. El árbol entero se estremecería bajo esa caricia, sus hojas se erizarían y, al agitarse, vibrarían. El temblor rompería su silencio, ese silencio arcano, nostálgico, casi lúgubre, ese silencio solemne que le aísla en la sombra de su soledad. El ciprés desea ser abeto para hablar con el lenguaje del viento y, en susurros, compartir con el resto sus secretos.

1 comentario:

Comas dijo...

Gracias!