miércoles, 31 de agosto de 2016

Maquillaje

¿A qué mujer, femenina, no le gusta verse guapa? Es así, la vanidad es poderosa y desde pequeñas hemos aprendido a valorar la belleza, quizá más de lo que merezca, pero ¿quién no se siente un poco mejor cuando le dicen "¡qué guapa estás!"? Que añadieran que eras lista no estaba mal si además ensalzaban tu aspecto, sin esa condición el adjetivo de lista era un eufemismo de poco agraciada y hacía poca ilusión.

Partiendo de la premisa de que la autoestima de una fémina depende en gran parte de su autoimagen, y sus inseguridades también, no es de extrañar el éxito de la industria cosmética. Las capas de mejunjes y colores también actúan sobre nuestra representación mental, no importa lo que muestre el espejo sino lo que la cabeza graba de ese reflejo. Es posible que eso explique porque a las mujeres nos gustan más las bodas y demás celebraciones que a los hombres. Una boda, junto con la Nochevieja, es uno de los eventos en los que una fémina tiene una buena justificación para arreglarse al máximo, durante horas si es necesario. No solo le está permitido disfrazarse de reina de cuento de hadas sino que además debe (y sí, es obligatorio) maquillarse para ir a tono. La edad ofrece una ventaja en lo que a aspecto se refiere, aunque sea la única: una aprende a conocerse a sí misma, a realzar sus mejores rasgos y disimular las imperfecciones (de joven cualquier cosa cuela, aunque el recuerdo provoque escalofríos). Aún así, probar nuevos sistemas para mejorar la técnica nunca está de más, aunque el conocimiento sí ocupa lugar, al menos en forma de potingues en el baño.

Antes no se necesitaba una carrera de estilismo para pintarse la cara, recuerdo que yo lo hacía con seis o siete años en el baño de la granja con los pintalabios rojos de mi abuela y mi tía y mi "rouge" de mejillas era envidiable. No deseaba que me pillaran, aquellos pintalabios no eran para jugar, así que ponía especial cuidado en no pasarme para que mi rubor pareciera natural y evitar el castigo. Me daba tanto arte que más de una vez alabaron mi buen color, lo cual dada mi palidez natural, con absoluta ausencia de rosa en mis mejillas, resultaba algo sospechoso. Hoy en día, el pintalabios sigue siendo mi colorete favorito, quizá es porque aún me hace sentirme como una niña.

Las técnicas de maquillaje han cambiado mucho, muchísimo, en los últimos años, y los productos también: ingredientes, texturas, indicaciones, contraindicaciones, forma y orden de aplicación, combinaciones, precauciones... Ahora es una ciencia. Nunca me leo las instrucciones de los electrodomésticos, así me va a veces, pero sí que me estudio el prospecto de los cosméticos, no me queda otro remedio si pretendo usarlos y sacarles partido. Youtube está lleno de gurús de imagen, la mayoría insoportables de puro histriónicos (de verdad, ¡menuda fauna!). Por suerte, en este mundo hay de todo y también hay excepciones, aunque sean casos aislados. Mi favorita, con diferencia, es Lisa Eldridge: sabe hablar y entiende de lo que habla, el tema le apasiona y se nota, se preocupa por estar al día, pero no divaga en vídeos interminables mientras se hace la interesante, va al grano (en todos los sentidos) y, además, ofrece una gran variedad de estilos fáciles de adaptar al gusto y bolsillo de cada uno. Lo hace tan bien que sus tutoriales con casi hipnóticos, además de adictivos.

La base de un buen maquillaje, como con cualquier pintura, empieza por preparar el lienzo. Una piel impecable es fundamental, y para ello la piel tiene que conservar su textura de piel, no se trata de convertirla en una máscara. El método Eldridge es sencillo y brillante, se basa en la máxima que nunca falla en cuestiones de moda: menos es más. En síntesis: embellecer la piel de la forma más natural, sin taparla, con el mínimo de maquillaje, bien difuminado y con un extra en las zonas problemáticas, mejor añadir que retirar, corrector puntual, por zonas, del mismo tono que el maquillaje, y que la piel, para no llamar la atención sobre las imperfecciones, no deben quedar cercos, líneas ni roales, el polvo en poca cantidad (para no apagar la tez) y en las zonas de brillos o que se precise más fijación o corrección.

Las prebases son una novedad de hace unos años, y evolucionan cada temporada, en función del último ingrediente de moda (oro, perlas, vitaminas, liposomas, péptidos milagrosos, siliconas...) Antes bastaba con la hidratante, pero una buena prebase debe no solo hidratar sino realzar la piel y dotarla de luminosidad, homogeneidad y firmeza. A hermanísima le encanta la de miel de NYX, que además de eficaz es barata y cuida la piel. Conviene que no abusen de las siliconas para que no hagan bolas. No hay que insistir hasta que penetren, no lo van a hacer, se trata de extenderlas en una capa, con pocos movimientos, y nada más.

La función del maquillaje es unificar y corregir imperfecciones leves (para las más severas está el corrector, siempre más ligero en los ojos donde la piel es más fina y más denso en otras zonas, aunque siempre difuminado con el entorno). Todo debe fundirse con la piel, sin cortes y sin capas que se noten. El tono dependerá de cada uno, aunque ha de asemejarse al propio. Hay bases cálidas (más beige) y frías (más rosada), para saber a qué grupo pertenecemos hay que fijarse en el color de las venas (en las manos), y si son azuladas somos fríos y si verdosas cálidos, y escoger el matiz adecuado en función de nuestra temperatura (para contrastes ya recurriremos a sombras y labiales). Una zona buena para probarlo (en pieles blancas, porque al parecer eso es algo que varía según la raza) es en la zona latero-superior del cuello, como un centímetro por debajo del ángulo de la mandíbula, de ese modo se consigue un tono uniforme sin necesidad de cubrir el cuello, con el riesgo de manchar la ropa.

El grado de cobertura dependerá de la ocasión y el estado de la piel. Las marcas suelen ofrecer alternativas de todo tipo y no siempre lo más caro es mejor. Uno bueno y ligero sería el Healthy Mix de Bourjois, casi indetectable si se aplica bien, las BB y CC cream también pertenecen a esta categoría. Makeup Forever Ultra-HD, con muy buena prensa, se incluiría dentro de la textura ligera con cobertura media. En el grado más extremo estaría el Dermablend de Vichy (cuyos polvos resisten el sudor). Un maquillaje muy cubriente no es para todo el rostro y puede depositarse en las arrugas y marcarlas más, así que es recomendable limitarlo a las zonas problemáticas y en el resto del rostro usar uno más ligero. Poner el producto en el centro del rostro y difuminarlo hacia la periferia (con los dedos, pinceles, esponja o lo que prefiramos) ayuda a conservar la textura de la piel y da más sensación de naturalidad. Lo ideal es comenzar con poca cantidad y añadir lo necesario, poco a poco, en las zonas que requieran más cobertura (que no son todas). Siempre es más fácil poner que quitar. Cada añadido hay que difuminarlo bien con el resto, debe quedar bien pulido.

En caso de un evento con fotos, se supone que conviene evitar los factores de protección solar que añadirán una palidez fantasmal a nuestra imagen (en mi caso he llegado a la conclusión de que eso es algo que importa poco). Claro que, si la boda es de día, es casi más fácil escapar del fotógrafo que del sol.

(Continuará, por hoy ya es muy largo)

martes, 30 de agosto de 2016

Mascarillas coreanas

Oigo a House que viene por el pasillo. Según se acerca me siento como la de la canción de Mecano, "¡No me mires!" digo, no es que no me haya puesto el maquillaje, no, a esa visión ya le tengo habituado, es mucho peor que eso: me he puesto una mascarilla. No sabía cómo era hasta que me la he empezado a untar, aunque el nombre debería haberme dado suficientes pistas: Silver peel-off purifying de StrickVectin. Me regalaron la muestra en Sephora el otro día y hasta que no la he abierto no me he dado cuenta de que la plata del nombre correspondía también al color. Después de extenderla mi cara ofrecía el mismo aspecto que la de los robots de Asimov. El tiempo de exposición eran 20 minutos. Por supuesto, ese ha sido el momento escogido por House para salir de su despacho. ¡Que oportuno! ¡Cómo si no le gustasen ya bastante poco las mascarillas!

Por desgracia las mascarillas son más agradables en verano si se guardan en la nevera y he tenido la poca vista de hacerles un hueco en el estante de abajo, junto con las cervezas. ¡Mea culpa! Sí, antes de empezar el juicio me declaré culpable, otro posible error por mi parte. Después del primer interrogatorio para descubrir qué tipo de porquería era el que interfería con el espacio sagrado de las cervezas, lo siguiente fue rebatir la efectividad de los cosméticos, en su opinión comparables a los de la homeopatía. Ni en el juicio de Spencer Tracy y Katherine Hepburn en Adán y Eva se discutieron tantos cargos. El contenido de la bolsa de la nevera eran pruebas fehacientes de mi crimen, aquello era un atentado contra la ciencia. ¿Acaso se necesitaba más evidencia?

No dudo que en la cosmética hay mucha publicidad engañosa, y lo cierto es que las mascarillas conllevan todo un ritual que contribuye a la sensación de cuidado. Supongo que esa parte es efecto placebo, pero placebo viene de placer que es algo que los tratamientos de belleza buscan, a fin de cuentas sentirse bella es sentirse mejor. Sin embargo no había probado este tipo de terapia hasta este verano, y eso gracias a la invasión del mercado de la cosmética coreana en la que las mascarillas son protagonistas. No sé si la cosmética coreana es más eficaz que la tradicional, pero sin duda es más agradable.

El mejor adjetivo que describe mi piel es problemática. No solo pasé un acné infernal desde la pubertad hasta los 40 sino que mi piel es intolerante, sensible y con tendencia a la alergia. ¡Una prenda! Probé todo para los granos pero la solución definitiva llegó gracias a la Isotretinoina. A hermanísima mis problemas cutáneos le vienen de perlas porque hereda todas las cremas y cosméticos que, pese a las pruebas alérgicas y dermatológicas del envase, han decidido darme reacción. ¿Cuál no sería mi sorpresa cuando al probar la mascarilla de Gold Snail de TonyMoly, descubrí que las irritaciones de mi piel se calmaban? ¿Cómo resistirme a un milagro semejante? Otro de mis defectos es que no tengo medida y, si algo me gusta, me entusiasmo, de ahí el arsenal de mascarillas en la nevera que hace tan feliz a House.

TonyMoly tiene una gama de mascarillas interminable que se pueden adquirir por amazon, Sephora y Primor (donde también ha llegado la fiebre coreana). Algunas cuestan poco más de un euro así que son un capricho de lo más asequible, sobre todo comparado con un tratamiento de cabina. Aún no he probado ni la mitad, pero todo se andará. A hermanísima le puse una de "Panda" muy graciosa, con los rasgos del animal dibujados en el papel y que le gustó hasta el momento en que llegó a casa y debutó con una gastroenteritis (que ya estaba incubando antes de la sesión de belleza). De momento, las que mejor me van, y las más agradables, son la del Gold Snail (caracol) que ya he mencionado, y que viene en sobre monodosis, en una base de gel y es algo más cara que otras de la firma (no sé si cerca de 6 euros) aunque merece la pena probarla, y la Tomatox, que venden en un tarro con aspecto de tomate, por lo que da para muchos usos, y que también calma mi piel de un modo llamativo. Aunque se supone que la Tomatox es para dejarla un rato, la tengo hasta el día siguiente. Es bastante blanca pero procuro no ponerme una capa gruesa y, dado mi tono de piel, ni siquiera House se ha dado cuenta de cuando la llevo.

Terminaré la entrada con un par de trucos útiles:
1. Una gran idea para convertir una crema o un serum (con más concentración de activos) en mascarilla es untar una buena capa sobre el rostro y cubrirla con papel film de cocina durante unos 20 minutos (sin que te vean los niños para no darles ideas, y con agujeros para ojos, narinas y boca, que no es cuestión de convertirse en un precioso cadáver).
2. Mi último truco del día es para la irritación de los párpados (si mi piel es sensible la de los párpados ni os cuento). Para mejorarlo, y disminuir la quemazón y la rojez, basta con pasar un bastoncillo (cuyo uso se limita a cuestiones estéticas, nada de hurgar en orificios) impregnado en un par de gotas de Vispring. En unos segundos se nota el efecto.

Últimamente he hecho toda una investigación sobre maquillajes, productos y trucos, así que ya seguiré con el tema (lo siento por los varones, las mascarillas puede que atraigan a alguno, aunque no a House).

viernes, 26 de agosto de 2016

Sobre gustos... libros

Mis gustos literarios no siempre coinciden con la opinión mayoritaria, lo que sí me choca es que muchas veces se califica como obra maestra a verdaderos bodrios. De esos ha habido un par de ellos en estos meses, de los de no pasar del primer capítulo de puro malo, tanto que en un caso pensé que la culpa era de la traducción y luego descubrí que el español era su idioma original. Cierto que algo de traducción había, porque la historia era una copia poco lograda de las novelas inglesas del XIX. No me quiero imaginar la cara de Jane Austen o Elizabeth Gaskell al dar con uno de sus imitadores actuales. La otra que abandoné, de Jane Aiken, una autora con relativo éxito y adaptaciones hollywoodienses, y que empecé en inglés con lo que no podía culpar al traductor, me pareció aún más penosa, con una trama manida y previsible y una narración infame (al parecer su padre fue premio Pulitzer y aunque la hija no heredó el talento del progenitor se ve que supo hacer uso de sus contactos).

En fin, hablemos de libros sobre los que se puede decir algo.

The Coroner's Lunch (el primero de los misterios del Dr. Siri) de Colin Cotterill, es una novela de investigación bastante original, con un trasfondo político, médico y social del Laos comunista de los años 70. Muy a su pesar, Siri es el único forense de Laos. Obligado a sus 72 años a aceptar el cargo, nombramiento que se le otorga gracias a su título de médico, nunca antes había ejercido como forense y tiene que empezar casi de nuevo en esa especialidad. Por fortuna no suele contar con muchos clientes, hasta que de repente todo se complica y se encuentra frente a frente con un complot internacional y con la muerte de la esposa de un dignatario. Además de su enfermera y su ayudante, con Sd de Down, los propios muertos contribuyen a la investigación de su defunción. La historia es entretenida, ligera, no carga las tintas en la situación social y política del país, sino que se apoya en el humor y la ironía de Siri a la hora de de criticarlo y la parte correspondiente a magia y tradiciones es un aliciente más.

On the move fue el último libro de Oliver Sacks. Antes de morir de un cáncer terminal, Sacks divaga y se confiesa mientras habla de su vida personal y profesional en una autobiografía interesante a la que le falta concisión y, en ocasiones, unidad. Él mismo cuenta que, al escribir sus obras, siempre sentía que le faltaba añadir algo más, aunque me imagino que después de los alardes de logorrea de este libro, se quedaría tranquilo en ese aspecto (y, por si acaso, añadió la infinidad de notas del final). El ritmo cambia y eso hace que al lector le cueste engancharse y también que se desenganche con facilidad. La parte científica es interesante, aunque salvo en el caso de la L-Dopa (en el que se basa la película Awakenings-Despertares), e incluso en el desarrollo de este, hay mucha historia clínica, mucho estudio e investigación, bastantes hipótesis, pero poca resolución terapéutica. Es un libro curioso, muy sincero aunque con bastante autocomplacencia.

Babbit, del primer premio Nobel americano, Sinclair Lewis (del cual no había leído nada), me resultó soporífero. Del que se trata de una sátira se refleja en todas las incongruencias entre la manera de pensar y de actuar del personaje y, aunque está bien escrito, carece por completo de sentido del humor. El ritmo me resultó tan lento que como somnífero me hacía un efecto infalible. Sin duda por el estilo se merecía un esfuerzo, por soso que me parezca se trata de un Premio Nobel, e intenté darle una oportunidad, pero fui incapaz de terminarlo. Decidí que no me interesaba saber nada más sobre la vida de Babbit y del americano medio que representa.

El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza es una investigación de lo más disparatada y surrealista. Como bien explica el autor en el prólogo, este libro lo escribió para divertirse y se dejó llevar. El resultado es un disparate irreverente y bastante chocante, con un protagonista marginal, loco y lúcido a su manera, que no es la convencional, y que junto con su "ayudante" parece ser el único que cuenta con media neurona funcionante, y no siempre. Es una comedia del más puro género "basura blanca americana", que no es un estilo de humor que me haga demasiada gracia, pero que tiene sus adictos (de ahí el éxito de la saga Torrente). Se lee rápido, a veces en diagonal o de otro modo sus monólogos y descripciones resultan un tanto cargantes. No seguiré con la serie.

jueves, 25 de agosto de 2016

Joyas literarias

Hay libros que no solo cuentan una historia sino que transmiten emociones y dejan una huella. Están llenos de frases que te hacen pensar y consiguen arrastrarte a su interior aunque no tengan nada que ver contigo. Es el poder mágico de la escritura, aunque pocos escritores poseen el don de hacer magia con las palabras. Leer uno de esos libros es como descubrir un tesoro.

Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin  ha supuesto todo un hallazgo, había leído muy buenas críticas pero por las sinopsis no estaba segura de que me fuese a gustar. Sin embargo este libro es el ejemplo de que con la buena literatura lo que importa no es lo que se cuenta sino cómo se cuenta y la manera de narrar de Lucia Berlin es maravillosa. Son relatos independientes, pero que al mismo tiempo se relacionan entre sí para dar una idea global de la historia, como las piezas de un puzle. Los personajes, con sus defectos (evidentes), se convierten en seres reales, magnéticos, entrañables, con los que se ama, se sufre y se siente cada recuerdo. Una escritora genial.

"La historia, de hecho, ni siquiera está escrita todavía. Sin embargo, aspiro a que, a fuerza de minuciosidad en el detalle, esta mujer les resulte tan creíble que no puedan evitar compadecerla".

«Ramas cargadas de nieve se quiebran y crujen sobre mi tejado, y el viento estremece las paredes. Acogedor, sin embargo, como estar en un barco recio, una gabarra o un remolcador"

"Ojalá hubiera un autobús al vertedero. Íbamos allí cuando añorábamos Nuevo México. Es un lugar inhóspito y ventoso, y las gaviotas planean como los chotacabras del desierto al anochecer. Allá donde mires, se ve el cielo. Los camiones de basura retumban por las carreteras entre vaharadas de polvo. Dinosaurios grises."

El Camino Estrecho Al Norte Profundo, de Richard Flanagan, Premio Booker 2014, fue una novela que me recomendó la Señora y que merece la pena, aunque es un libro que cuesta, a veces mucho, pero eso no le quita mérito a la narración. No es fácil, es duro, desgarrador, hay crueldad, pero tampoco podía ser de otra manera porque es un libro sobre la guerra, sus horrores, la lucha por la supervivencia, por seguir un día más, y no se puede escribir sobre ese tema en serio y esperar que el resultado sea una obra de lectura ligera. La guerra es algo que te marca, que te cambia la vida. Hay amor, sí, pero el romance sirve para enfatizar aún más los contrastes; también el amor se convierte en un fantasma de la guerra.

"Nothing endures. Don’t you see? That’s what Kipling meant. Not empires, not memories. We remember nothing. Maybe for a year or two. Maybe most of a life, if we live. Maybe. But then we will die, and who will ever understand any of this?" 
"Nada permanece. ¿No lo ves? Eso es lo que Kipling quería decir. Ni imperios, ni recuerdos. No recordamos nada. Tal vez durante uno o dos años. Tal vez casi toda la vida, si vivimos. Pero entonces moriremos, ¿y quién comprenderá algo de esto?"

The Duchess of Bloomsbury Street de Helene Hanff es otra pequeña joya. Helene Hanff escribe sobre lo que le pasa y en eso no tiene parangón; es dulce, con un sentido del humor nada dañino y su lenguaje fluye y engancha, consigue que el lector se identifique con ella desde las primeras líneas y que comparta experiencias y emociones. Sus palabras poseen voz, en realidad no se leen sino que se escuchan, la misma Helene Hanff narra su historia, le da su entonación, sus inflexiones, el murmullo de su tono suave y pausado, como quien cuenta un cuento mientras el oyente mantiene la atención para no perderse ni una coma. ¿El argumento? La crónica de un viaje. Tras años de querer conocer Londres, Helene Hanff finalmente logra su deseo a raíz de la publicación, y el éxito, de su novela epistolar y autobiográfica 84, Charing Cross Road. El trato que recibe es tan magnífico que se nombra a sí misma la Duquesa de Bloomsbury St (lugar en el que se encuentra su hotel). Durante su estancia lleva un cuaderno en el que narra el día a día del viaje, habla de la gente que conoce y los sitios que visita, todo de forma amena y concisa; ese cuaderno es este libro y es una auténtica delicia.

“I tell you, life is extraordinary. A few years ago I couldn’t write anything or sell anything, I’d passed the age where you know all the returns are in, I’d had my chance and done my best and failed. And how was I to know the miracle waiting to happen round the corner in late middle age? 84, Charing Cross Road was no best seller, you understand; it didn’t make me rich or famous. It just got me hundreds of letters and phone calls from people I never knew existed; it got me wonderful reviews; it restored a self-confidence and self-esteem I’d lost somewhere along the way, God knows how many years ago. It brought me to England. It changed my life.” 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Y más libros

Aunque leo mucho en inglés, a veces intento leer también en francés para que no se me termine de olvidar todo lo que estudié en su momento. Me da más pereza, tengo menos fluidez y la selección de autores es limitada, aunque podría empezar con el filón de Verne. Me encanta Irene Nemirovsky y Les feux d'automne es una novela no muy larga que pensé que no me costaría demasiado leer en su versión original (que tenía la ventaja añadida de ser mucho más barata, al menos en kindle). Sin embargo, aunque el lenguaje es precioso, sencillo, y leerlo es un placer, no pienso que sea la mejor historia de su autora, sino que es algo desigual. El libro se divide en tres partes, la primera me pareció con diferencia a la mejor, es la época que corresponde a la Gran Guerra y Némirovsky describe con maestría las escenas en el campo de batalla. El personaje de Marcial es uno de los más logrados, aunque por desgracia su protagonismo no continúa. La segunda parte corresponde al periodo entreguerras, los jóvenes regresan cambiados, buscan la vida fácil y la encuentran. Esta parte me resultó mucho más floja, melodramática y convencional, Nemirovsky es mejor cuando a sus personajes les mueven emociones fuertes, es entonces cuando les da vida. El final del libro lo dedica a la Segunda Guerra Mundial y, aunque mejora algo, sigue sin alcanzar la calidad literaria del principio. Los bienes de este mundo, ambientada en una época similar (y novela que ya comenté en su momento) me gustó mucho más.

Sobre la Segunda Guerra Mundial también versa Maus (I y II), el cómic de Art Spiegelman ganador del premio Pulitzer. Vladek, el padre del autor, le cuenta a su hijo su historia, desde el momento en que conoció a su madre, su vida en Polonia antes de la ocupación nazi, sus experiencias durante la guerra y su encierro en Auswitch. El retrato de esa época es magnífico, se sienten las emociones de los protagonistas, el frío, la tensión, la ansiedad, el peligro en el que viven cada día, las condiciones de maltrato que deben soportar, el miedo y su lucha por la supervivencia día a día.  En el primer tomo hay más historia, en el segundo el momento actual adquiere más protagonismo que la propia narración y una se siente que le cuentan cosas que el padre hubiese preferido mantener en la intimidad de la familia. Cierto que la guerra le afectó y le dejó secuelas, o quizá ya había algo de eso antes y fue uno de los rasgos que le permitió sobrevivir, pero el autor recalca demasiado esa parte y no veo el motivo de tanta insistencia salvo el de justificar sus propios demonios y su sentimiento de culpabilidad por no desear cuidar a su progenitor (algo comprensible porque no tenía un carácter fácil).

El mandarín de Eça De Queirós es una novela interesante, muy bien escrita, reflexiva pero fácil de leer. El ritmo es muy bueno, nunca se hace pesado. Sin embargo, me resultó más atractiva la premisa que el desarrollo, es una visión demasiado negativa y sin esperanza, aunque me figuro que ese era el propósito del autor. «En la lejana China existe un mandarín inmensamente rico. Nada sabes de él, ni de su nombre, ni de su rostro, ni de la seda con que se viste. Para heredar sus inagotables riquezas basta con que toques esa campanilla que está a tu lado sobre un libro. El mandarín tan sólo exhalará un suspiro en los confines de Mongolia. Al momento será un cadáver. Y tú verás a tus pies más oro del que puedes soñar. Tú, que estás leyendo esto y eres hombre mortal, ¿tocarás la campanilla?» Teodoro se conformaba con su existencia mediocre hasta que su elección sobre la muerte de un desconocido, un viejo mandarín, le convierte en el dueño de su gran fortuna. La riqueza pone al alcance de su mano muchos de sus sueños, pero eso no le da felicidad; la culpa le persigue. Para librarse de ese sentimiento, viaja a la China con la intención de resarcir a los herederos. Ni siquiera el amor ni el consuelo espiritual satisfacen el vacío de su espíritu. Al olvidarse del dinero y retornar a su vieja vida no recupera la tranquilidad, sino que se da cuenta de la hipocresía de la sociedad. A veces pienso que los críticos que opinan sobre los libros no los han leído, catalogar esta novela como divertida me suena a despropósito, no hay humor en el desencanto, aunque a veces se recurra a esa táctica para restarle importancia, pero el trasfondo es muy triste.

Grant Allen es un autor canadiense de finales del XIX del que no había oído hablar aunque, según he descubierto, posee cierto renombre. Es de descarga libre y gratuita en Gutenberg.org así que, picada por la curiosidad, me bajé algunos de sus libros. Empecé con una historia sobre una mujer liberada, The woman who did. No es una novela de horror, como sugiere la descripción de amazon (otro de esos libros que se resumen sin haberselos leído), sino una novela breve sobre la emancipación de la mujer y el estigma social que supone. Herminia, la protagonista, sabe que actuar según sus ideales la convertirá en una mártir por la causa. Aún así, sigue adelante y no cede a la presión cuando las circunstancias lo reclaman. Es una historia trágica pero muy interesante, hace pensar y el contraste es aún más llamativo cuando se comparan las convenciones de entonces con la época actual. Hay mucho que agradecer a esas mujeres.

Me hice con un Omnibus de Helene Hanff para leer todas sus novelas. La siguiente en la lista fue Q's legacy, que en realidad es una suerte de memorias, aunque todas las obras de Helene Hanff son autobiográficas. El título, Q's legacy, es un homenaje a Sir Arthur Quiller-Couch, el profesor inglés cuyo libro, On the art of writing, Helene empleó como guía de estudio. En plena depresión de los años 30, sin dinero para acceder a la universidad, Helene recurrió a la biblioteca en busca de un tutor que se adaptase a ella, y lo encontró bajo la letra Q. En estas memorias repasa historias que ya había mencionado en libros anteriores (y que conviene haber leído antes para conocer a los personajes), pero se extiende más en el tiempo, a posteriores viajes a Londres para la adaptación de su novela 84, Charing Cross Road a la televisión y al teatro.

"If I live to be very old, all my memories of the glory days will grow vague and confused, till I won't be certain any of it really happened. But the books will be there, on my shelves and in my head -the one enduring reality I can be certain of till I die."

martes, 23 de agosto de 2016

Un poco de infancia y bastante fantasía

Los niños son lectores exigentes, necesitan algo que les enganche, no captan los matices y les aburren los párrafos excesivamente largos o los fragmentos descriptivos en los que no pasa nada. No se conforman con facilidad, no es fácil captar su atención durante mucho tiempo seguido. Con semejantes condiciones, no comprendo como no hay más lectores adultos aficionados a la literatura infantil.

Recuerdo lo difícil que era dejar el libro a la hora de comer, con los Cinco enredados en el punto álgido de sus aventuras o los protagonistas de Julio Verne en lo más emocionante de la historia. Una vez me lo llevé a la mesa, ¿cómo podía abandonar a Miguel Strogoff a su suerte frente a los cosacos?, pero no tardé en enterarme de que "en la mesa no se lee" y de que el pobre Miguel debía esperar su destino en la habitación. La orden fue tan tajante que nunca más se me ocurrió intentarlo. Al parecer está mal leer las páginas de un libro, pero se ve que con la tecnología las cosas han cambiado y ahora no supone incurrir en un delito si cualquiera (niño o adulto) se pasa la comida pendiente de la pantalla de un smartphone, ¿por qué ninguna regla obliga a dejarlos en la habitación? Sin embargo, estoy segura de que cualquier letra impresa tiene más enjundia que un whatsapp.

Sigamos con la letra impresa...

Thimble Summer de Elizabeth Enright fue el ganador de la medalla Newbery en 1938. Narra la vida de una familia durante un verano en plena época de la depresión. Garnet, una niña de 9 años, hija de granjeros, encuentra un dedal de plata y, a partir de ese momento, siente que todo cambia a mejor, no de manera llamativa sino a base de pequeñas cosas que convierten el día a día en la granja en algo especial. Una historia sencilla y con un lenguaje acorde, para disfrutar de volver a ser niño.
It was the stillest hour in the world as though all things held their breath perilously, waiting for day to begin. (Esta frase suena a Steinbeck, y es preciosa)

Neverwhere, de Neil Gaiman, es una novela sobre Londres, pero no la ciudad conocida sino otra. Tras ayudar a una vagabunda, Richard pierde su vida, desaparece de la visión del resto del mundo y se ve arrastrado al otro Londres, el Londres de abajo. Allí las cosas son difíciles, con seres violentos, amenazas en la oscuridad, ratas, ángeles ambiguos, bestias milenarias y toda la porquería acumulada desde la fundación de Londres. Neil Gaiman disfruta (porque se nota que se lo pasó bien al escribirlo) con un humor negro algo sádico e imaginación a raudales, algo que le caracteriza. A veces pierde ritmo, pero en general resulta bastante entretenido.

Desde hacía tiempo me apetecía descubrir una novela de Diana Wynne Jones que hiciese honor a su fama, y a las buenas críticas que había leído de ella. Empecé con su serie de Chrestomanci pero fui incapaz de resistir a la niña protagonista, era insufrible (aunque esa era la intención, supongo que su carácter mejoraría a lo largo de la serie pero no me quedé a comprobarlo). Enchanted Glass sí que ha sido esa novela que no solo me ha reconciliado con su autora sino que me ha aficionado a sus libros. Al morir el abuelo de Andrew, éste hereda tanto su hogar como la tarea de proteger la región. A sus protegidos se suma Aidan, un niño perseguido por criaturas mágicas que pretenden destruirle para que no ponga en peligro el reinado de Oberon. Es una historia muy interesante, imaginativa, bien traída, bien rematada, con buen ritmo y que engancha.

Dado el éxito, seguí con Diana Wynne Jones, en esta ocasión con su libro más conocido, Howl's moving castle. Sophie es la mayor de tres hermanas, según los cuentos eso significa que está destinada al fracaso. Cuando un hechizo la convierte en una anciana, Sophie abandona su hogar y termina en el castillo ambulante de Howl, un mago con muy mala reputación. Allí la magia la rodea, y los problemas también. La historia es un alarde de imaginación que combina todos los ingredientes clásicos de los cuentos para crear una fantasía nueva, original y divertida (Hayao Miyazaki la convirtió en película, habrá que verla).



The Mystery of the Clockwork Sparrow ( el primer título de The Sinclair's Mysteries), de Katherine Woodfine, es una aventura de detectives aficionados, juvenil y entretenida. Aunque no se sale del genero, y sin ser nada extraordinario, me sorprendió agradablemente. Un robo en unos grandes almacenes destapa una trama de corrupción, en la que no es posible fiarse de nadie, y una serie de crímenes cuya cabeza, el Barón, es un misterioso individuo relacionado con la flor y nata de la sociedad londinense. Se lee bien, en ocasiones le falla algo el ritmo, pero engancha y entretiene.

Harry Potter and the Cursed Child de J.K. Rowling, John Tiffany, Jack Thorne es, en realidad, una obra de teatro o un guión de cine. La trama no está mal, pero por desgracia ese es el único mérito del libro. No está bien resuelto, el ritmo se hace lento en ocasiones, algo de lo que la autora ya adolecía en entregas anteriores de la saga, y en las adaptaciones de las películas, que es lo que se asemeja esta historia: un guión pesado en el que se ha ahorrado el paso de transformar la novela original (y que seguro ya cuenta con productor). Por si fuera poco, a menudo me ha resultado demasiado edulcorado y sensiblero, Rowling no se ha dado cuenta de que "el vivieron felices y comieron perdices" no se ajusta a todos los estilos, y forzarlo no ayuda a que encaje.

domingo, 21 de agosto de 2016

¿Dónde están los libros?

En julio terminaba la convocatoria del Lazarillo, había salido mucho antes, pero no me enteré de la misma hasta una semana antes de que terminase el plazo. Es el único concurso en el que consigo quedar dignamente, aunque no cuente más que para satisfacer mi ego lo cual, dada la inseguridad del escritor, ya es bastante. Quería presentarme, otra vez... ¿a la tercera? Revisé La voz de Flora y la mandé junto con El trol, éste sin revisar, no me daba tiempo y tampoco deseaba comprobar que esa historia no estaba tan bien lograda como creía. Corregir se lleva bastante tiempo y preparar los libros para el concurso, aunque sea con un encuadernado de espiral, obliga a pasar una tarde de la imprenta al estanco y del estanco a correos. En resumen, una semana en la que prácticamente solo me leí a mí misma.

Otro tanto me ocurrió con el concurso indie de Kindle. Tenía que maquetar mi "Tiempo de sueños" y a eso me puse. ¿Con qué criterio ordenar 100 historias? Dado que hablaba de tiempo quería hacer algo que siguiese ese hilo, dentro de lo posible. Empecé con el pasado, seguí con las estaciones del año (o lo que me pareció que encajaba con cada estación: flores en primavera, mar en verano, árboles en otoño, montañas y nieve en invierno) y terminé con la muerte y la eternidad. La vida de los escritores antes de la era informática debía de resultar desesperante, realmente tenía mérito colocar los párrafos del libro en su lugar. Aún con el bendito Cortar-Pegar de Word la tarea se lleva un rato. Lo de crear un índice fue la puntilla.

¿Quiere decir esto que no he leído? No, simplemente he leído menos y he tenido menos tiempo de escribir en el blog sobre lo leído, alguna historia de cumpleaños es lo único que he logrado, y a duras penas. Ha sido tanto tiempo sin hablar de libros que voy a tener que ir por partes (o nadie va a ser capaz de llegar al final).

Como ya me he extendido bastante, os dejo con un único libro y algunas citas.

Las tareas de casa y otros ensayos es una colección de ensayos de Natalia Ginzburg. Como en toda recopilación, hay textos de todo tipo y, en este caso, de todo tipo de temas: vida, cine, recuerdos, literatura, religión, política, personajes... Los hay absolutamente brillantes, una delicia tanto de reflexión como de lectura, con frases impagables. La autora tiene un estilo sencillo pero eso no le resta valor a sus ideas, al contrario, consigue que su hilo se siga con facilidad. Quizá los que me han parecido más flojos se debía tan solo a no haber logrado conectar con el pensamiento de la escritora. Sin embargo, con las siguientes citas es fácil identificarse:

"poco a poco vamos cayendo en la inmovilidad de la piedra. Sin embargo, nos damos cuenta de que antes de convertirnos en piedras nos convertiremos en algo distinto, porque también esto es ahora para nosotros un motivo de asombro: la extrema lentitud con la que envejecemos. Conservamos durante mucho tiempo aún la costumbre de creernos "los jóvenes" de nuestro tiempo, de modo que cuando oímos hablar de "jóvenes" volvemos la cabeza como si se hablara de nosotros." 

Algo que no creo que deba hacer nunca quien escribe es lamentarse excesivamente por las críticas negativas o por el silencio con que se recibe su obra. Atribuir una desmesurada y esencial importancia al éxito de nuestra obra revela en nosotros una falta de amor por la obra. Si nos ha gustado y nos gusta de verdad, sabemos que lo que le ocurre, su trayectoria y sus suerte, la incomprensión o el favor que podrá encontrar, no tienen más que una importancia efímera. 

Ser comprendidos significa ser tomados y aceptados por lo que somos. El peligro más triste que corremos con las personas no es tanto que no vean o no amen nuestras cualidades sino que por el contrario supongan que nuestras cualidades reales han hecho proliferar en nosotros numerosas cualidades que no existen en absoluto.

Por eso quien escribe siente con fuerza la necesidad de tener interlocutores. Es decir, de tener tres o cuatro personas en el mundo a las que mostrar lo que escribe y piensa para después hablar sobre ello. No necesita muchas (...) Estas personas ayudan al escritor a no sentir por sí mismo una simpatía ciega e indiscriminada o a no sentir por sí mismo un desprecio mortal (...) Es imprescindible que los interlocutores no nos rechacen jamás. 

Pienso que en la vida de cada uno de nosotros existe un libro similar, que de pequeños no nos limitamos simplemente a leer, sino que inspeccionamos y rebuscamos en cada uno de sus rincones como si de una habitación se tratara. 

Las verdaderas tinieblas nos dan la verdadera profundidad de la noche y la verdadera conciencia de nuestra condición humana antes los secretos de la realidad, misteriosos para nuestro pensamiento y poblados de una vida intensa y encantada. 

Y sin embargo estoy segura de que debe de haber también un lugar en el mundo para los que , como yo, no entienden de política, que si hablaran de política dirían solo banalidades y tonterías, y  que por consiguiente lo mejor que pueden hacer es no expresar casi nunca opinión alguna. Casi nunca. A veces, decir sí o no es indispensable. 

domingo, 7 de agosto de 2016

Tiempo de espera

Todo está en su sitio. La pantalla de la lámpara baña la puesta en escena con su foco de luz dorada mientras deja en penumbra el resto de la estancia. La silla de madera invita a sentarse, a dejar el peso sobre el asiento y apoyar los brazos en la mesa antes de reclinar el cuerpo hacia delante, sobre el tablero despejado en el que un simple pliego de papel ocupa el centro. Hacia el fondo, en un lado, al alcance de la mano, reposan la pluma y el viejo tintero que apenas contiene unos restos de tinta seca e infinidad de recuerdos. Casi en el borde se yergue el atril vacío, la bandeja levantada reclama un texto, una partitura, una hoja escrita.

El escenario está listo, faltarían los actores, el escritor protagonista que emborrona página tras página con líneas desviadas de trazos febriles, casi ilegibles. No nota la frente crispada, los ojos resecos, los músculos de la mano agarrotados. Solo siente el flujo de las palabras en su mente, la desazón de plasmarlas cuanto antes sobre el papel no sea que se volatilicen o se pierdan por el camino. La ruta es un laberinto lleno de recovecos, callejones sin salida, atascos, celadas, puntos muertos. Debe amarrar cada frase, sin perderla ni un instante para evitar que regrese al limbo de las ideas olvidadas y quede enterrada entre las historias que nunca nacieron por no encontrar la puerta hacia la consciencia.

La musa aguarda al otro lado de la ventana cerrada, tras el cristal que ejerce de telón y que contiene el aire de fuera y la inspiración de su aliento. Está preparada. Espera, enganchada en la reja que la retiene prisionera, a que aparezca aquel al que debe revelarle su secreto para poder ser libre de nuevo.